EL VERBO SIEMPRE ASOMA EN SU SILENCIO
A Rainer María Rilke, a propósito de su Octava Elegía de Duino
Tú miraste el misterio de este mundo
con los ojos del alma y del espíritu.
Entrenamos al niño
para que observe pronto
la realidad sin gusto ni placer.
Para que se cuestione cada acto.
Cada instante lo siente como una muerte lenta,
le quitamos el éxtasis
de simplemente ser uno con todo.
Y luego lamentamos
que vaguen extraviados por la vida,
como si nada fuera suficiente.
Los amantes no pueden concederse
la dicha del instante.
Han olvidado el arte de lo etéreo.
Ellos piensan que sólo
a través de su entrega podrán ser propietarios
del otro como un reo entre sus brazos.
Mas los amantes son sólo la puerta
de una percepción más elevada,
para sentir el cáliz de la mística
conectado a los cuerpos y sentidos.
La desnudez de un cuerpo es muy intensa
porque es una metáfora más grande
de otra desnudez mucho más honda.
Con el paso del tiempo
la influencia social es tan potente
que hemos despojado a la niñez
de su tiempo sin tiempo.
Y hemos despojado a los amantes
de ese paraíso de belleza
inmerso en horas lentas, sin relojes,
la espera de las cartas y los gestos.
Ahora casi todo es inmediato
y se mide en segundos o en minutos.
Pero el enigma habita en otra parte.
No habita entre los códigos binarios.
Habita entre la piel y las gaviotas.
Entre búhos y árboles,
entre los arrecifes de coral,
en murciélagos blancos y dispersos.
Una palabra siempre puede ser
el comienzo de algo
que nos lleve hacia estancias
por las revelaciones del espíritu,
el placer o el secreto.
A través de la puerta
el verbo siempre asoma en su silencio.
No podemos matar la infancia pura,
ni los códigos íntegros de amantes
con sus misivas libres
de manipulación o de sobornos.
Siempre que he recorrido cada verso
de la octava elegía de Duino
he sentido esa grata sensación
de que aún es posible
entrar en la emoción de la existencia
a través de los cuerpos desnudos del poema.
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La expresión:
"cuerpos desnudos del poema"
pertenece al poeta Pere Bessó.
Aparece en este poema de su autoría:
http://perebesso.blogspot.com/
Eduardo Apodaca
me enseñó a amar La Octava Elegía de Rilke.
La leíamos una y otra vez
y nos tenía fascinados.
La primera vez que leí esta Elegía fue en 1981.
Desde entonces nunca me he cansado de esta Elegía de Duino.
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Ana Muela Sopeña, nace en Bilbao (España), en 1961. Comienza a escribir poesía a los 18 años. Estudia las carreras de piano y psicología. Ha sido administradora de empresa. Actualmente se dedica íntegramente a la creación poética y a la edición de otros autores de poesía. Fue, durante 25 años, compañera del poeta vasco Eduardo Apodaca que lamentablemente falleció en noviembre de 2006. Gracias a la relación con él aprendió métrica española y técnica. Tras la muerte de Eduardo abraza la poesía como algo necesario.