miércoles, 16 de octubre de 2019

Creonte e Ismena por Marcelo Juan Valenti


Creonte e Ismena

I

Muerto.

Muerta. Muerto. Muerto. Muerto.

Muerta.

Los cuerpos, los nombres se mecían al compás del recuento trágico. Como si los agitara el mar de olas geométricas que decoraba los frisos del palacio de Tebas.

Ismena, velada, esbozó un gesto ambiguo y recomenzó.

—¿Mi madre?

—Muerta, ahorcada en el lazo de su propia indignidad —contestó su esclava de mayor confianza.

—¿Mi padre?

—Ciego. Loco. Fugitivo. Muerto.

—¿Mis hermanos?

—Muertos, uno contra otro.

—¿Mi hermana?

—Muerta, entre la naturaleza y la ley.

—¿Mi tía, mi primo?

—Desesperados, tristes, muertos.

¿Era siempre la misma esclava la que contestaba? ¿Era una esclava? ¿O Ismena, escindida, era pregunta y respuesta?

Las voces asediaron desde todos los rincones como serpientes enamoradas, con los ojos brillantes. 

Ecos, más ecos, la letanía de un linaje que se ha devorado a sí mismo.

Otro gesto debajo del velo.

Un murmullo oscuro se intensificó. Caminos de sangre que se interceptaban formando las letras rojas del mito.

De improviso, un trasvasamiento de voces en el cántaro de lo unánime, para anunciar:

—El rey Creonte.

Silencio y éxodo de esclavas.

Ismena buscó, a través del espesor que la cubría, un punto luminoso. A sus espaldas, el rey.
Sobre ambos, atentos, sin manifestarse, los dioses.

¿Qué ocurría en las comisuras de los ojos y la boca de Ismena?

Creonte carraspeó, como si a sus palabras las anunciara un instrumento triunfal.

—Ismena.

La convocada tembló.

—Ismena, te ofrezco engarzar Tebas en el anillo que te obsequiaré al desposarte.

Otra cosa no dijo.

Avanzó, con sorprendente delicadeza, tomó el velo, lo deslizó, hasta descubrir una cabellera enjoyada.

Ismena, al fin, sonreía.



II

—Tebas será tuya —le dijo el oráculo. Y Creonte calló. El vaticinio recibido por su cuñado, el rey, era lo único importante. Las noticias no eran buenas. La acritud de Layo borró el interés por cualquier otro destino.

Cuestión de esperar.

Pero, ¿cómo se sostiene la templanza en un mortal? Demasiadas pruebas azotaban a Creonte. La actitud desdeñosa de Layo, la sombra del filicidio, la codicia, la triste confesión de Yocasta: luego de cada noche de amor, su esposo dormido murmuraba el nombre de Crisipo.

Roto el dique, Creonte decidió actuar. No cometía una traición ni un crimen. Se inmolaba en el altar del destino, se ofrecía como agente… sin culpas.

La Moira, a quien incluso los dioses debían acatar, soplaba el futuro de los efímeros en los oídos de las sibilas. Si estaba previsto su cetro, los actos o la inercia, no cambiaban el resultado.

Layo envejecía. Creonte lo animaba a participar en cacerías y viajes. Se sabía: fuera de los recintos amurallados, acechaban toda clase de peligros.

El gran día llegó: Layo fue asesinado.

Pero los descendientes de Lábdaco, eran como una hidra: se cortaba una cabeza y nacían cincuenta.
Sólo dos hombres en Tebas, reconocieron quién era el héroe que la ciudad recibía como matador de la Esfinge, y premiaba con la reina y la corona. Tiresias, ciego y clarividente. Creonte, iluminado por la ambición. Sin poderes especiales, su certeza se asentó en el interrogatorio a crímenes cometidos o incumplidos.

Edipo se parecía demasiado a su padre. Pero a los ciudadanos los cegó el alivio y a Yocasta, el hastío.

—Tebas ha sido mía, pensó Creonte, sin resignarse a un vaticinio que no fuera vitalicio.

Y volvió a consultar.

—Recuperarás Tebas —dijo el oráculo.

Y esta vez, dejó de lado las sutilezas.

Envenenó las aguas y generó una peste. Inficionó a Tiresias, que sembró pistas. Aconsejó a Edipo, para que él cumpliera su destino. La verdad causó más estragos que la Esfinge. La sangre trae sed de sangre. Había que eliminar todo obstáculo.

Y contó con una ayuda imprevista.

Ismena.

Tan silente y ambiciosa como él, había dejado la niñez para convertirse en una mujer, sólo opacada por el coraje de Antígona. En el vaivén de la trama, se enamoraron hasta el delirio.

Sí, molestaban todos. Juntos emponzoñaron las copas de vino con palabras venenosas.

La clave fue enfrentar a Etéocles y Polinices, que murieron enfrentados en doble fratricidio.

Luego, asoló la casa, unas cadenas de muertes voluntarias.



III

Ismena, sonriente, se volvió.

—¿Todos muertos?

—Todos muertos, excepto nosotros. Nuestra es Tebas.

—¿Tiresias?

—Ese pobre viejo… ¿Quién escucha a los clarividentes? Nadie quiere cumplir la voluntad del Cosmos, la sabiduría se desprecia, la verdad confunde.

Como latigazos, la idea de que Tiresias habría podido cambiar la historia se abatió sobre ambos. 

¿Podría haber evitado la tragedia? ¿Eran la Moira y los oráculos una ilusión a los que aferrarse para delinquir sin resquemor?

Los latigazos duelen, pero se curan.

Una nueva sonrisa de Ismena, deshizo toda oscuridad.

Creonte la tomó de la mano.
—El lecho de Cadmo y Armonía nos espera.

Los siglos esperaban también para ahogar los vestigios de la infamia.

Y de esta secreta conspiración sólo queda un juego de adivinanzas en el tejido de otros relatos.



septiembre 3, 2019
   

Marcelo Juan Valenti
Marcelo Juan Valenti (Rosario, 1966). Publicaciones: Paralelo Protervia, novela en coautoría con María Luisa Siciliani, 1998; Una langosta en la casa invisible, cuentos, 1999; Presagio de la reina ciega, poemas, 2002; Caballo Bifronte, prosa poética en coautoría con Susana Rozas 2003; Juego de abadesas, poemas, 2005; Jardín Espejo y Espejo Jardín, poemas, 2010; Ojalá Jane Fonda nos ilumine, cuentos, 2011; Después de la orgía, el canibalismo, poemas, 2014; La eternidad del cíclope, cuentos, 2014; El señor Perpol, cuentos y poesías, 2014.



Publicado en  ña Revista electróonica Sin Fín



_____________________________________________
_____________________________

lunes, 14 de octubre de 2019

Tres poemas de Raúl Ortega Montenegro



La yumba
                            (Osvaldo Pugliese)


Se ha castigado al mar por incesante
a mirar nuestro mundo de la orilla.
Por el ansia de asomo es tan hermoso.
La líquida aventura de su cuerpo
enfría nuestros ojos e ignoramos
cuál es su piel y cuál su carne viva.
Golpe, roe, besa y deja
su cadera incómoda de roca
con el ritmo profundo en la memoria.

De Poemas Instrumentales
(Botella al Mar, 1978)





Bosque dormido


Duerme profundo el bosque
               con párpados de nieve,
oscilan indecisos 
               los frágiles diamantes de la noche,
el frío y la quietud
               se aman en equilibrio,
los mudos ecos danzan
               con sutil argumento,
pugna la noche
               en abrazar la nieve,
la sombra no da en sombra
               porque la nieve duerme
                          con los ojos abiertos. 


De Teoría de la nieve
(Ediciones del Dock, 1993)





Día de pájaro


llamo a la luz
alumbra mis oídos
vocalizo mi día
modulo en el juncal
                      mi lugar en el mundo
vivo del aire que agitan los insectos
muevo el paisaje mientras vuelo mi vida
entibia el sol la tarde como un nido
oigo crecer el sonido de la sombra
vuelo alto en vigilia de fronteras
miro el tejido de la noche
entro a los tallos íntimos del sueño

De Tiempo de vuelo
(La comarca libros, 2019)


Agradecemos a Raúl Ortega el envío de sus poemas










___________________________________________

sábado, 12 de octubre de 2019

Molinos de viento 4


Molinos de viento no 4
Boletín de Artes y Letras - Abril 2019

Director: Osmar Luis Bondoni
osmarbondoni@yahoo.com.ar


SUAVE ENCANTAMIENTO

Profundos y plenos
cual dos graciosas, breves inmensidades,
moran tus ojos en tu rostro
como dueños;
y cuando en su fondo
veo jugar y ascender
la llama de un alma radiosa
parece que la mañana se incorpora
luminosa, allá entre mar y cielo
sobre la línea que flotando se mece
entre los dos azules imperios,
la línea en que nuestro corazón se detiene
para que sus esperanzas la acaricien
y la bese nuestra mirada;
cuando nuestro “ser” contempla
enjugando sus lágrimas
y, silenciosamente,
se abre a todas las brisas de la Vida;
cuando miramos
las cenizas de los días que fueron
flotando en el Pasado
como en el fondo del camino
el polvo de nuestras peregrinaciones.
Ojos que se abren como las mañanas
y que cerrándose dejan caer la tarde.


MACEDONIO FERNÁNDEZ, 
argentino (1874-1952)



EL PECHO BLANCO, EL PECHO NEGRO

Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
Al despertar tomaba el pecho blanco en su mano
y acercándolo a mis labios decía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche blanca, espesa, dulcísima.
Luego apretaba entre sus dedos el pezón negro
y colocándolo en mi boca repetía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche oscura, infinitamente agria.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
De día, sosteniendo el pecho blanco en su mano
como una paloma, susurraba: Es la luz del mundo;
y a la noche, mientras exprimía suspirando
el pecho negro, prorrumpía: Es la oscuridad.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
A veces exponía el pecho blanco al sol
y escondiendo bajo su ropa el pecho negro
canturreaba: Esta es la leche que sacia toda hambre,
y su rostro se iluminaba con una sonrisa inmortal.
Pero mi boca buscaba otra vez el pecho negro
y tomándolo en su mano con piadosa resignación
lo ponía en mis labios diciendo: Bebe, hijo mío,
y yo bebía ávidamente la leche que da más hambre.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.


HORACIO CASTILLO,
argentino (1934-2010)



Pintura de ROGIER VAN DER WEYDEN (o Rogier de la Pasture),

flamenco (1400-1464)
Descendimiento (1435?)


Sugerencia:
Concierto para cuatro violines y orquesta, opus 4 No 10, de Antonio Vivaldi,
y la transcripción que hizo Juan Sebastián Bach paracuatro pianos (claves)
 en La menor, BWV 1065.

__________________________________