Molinos de viento no 3
Boletín de Artes y Letras - Marzo 2019
Director: Osmar Luis Bondoni
osmarbondoni@yahoo.com.ar
LA FAROLERA
Saltar la soga era uno de los juegos preferidos de las chicas de Palermo, mucho antes de que brotaran los restó y las boutiques como sequoias en medio de la pampa. Cuando el zoológico era la visita esperada del domingo y el parque japonés la musa inspiradora de los enamorados, soñaban con Palermo los poetas, los malevos y una bohemia trasnochada que ardía bajo los faroles y se iluminaba con los versos de Borges. El cielo diáfano, los pies de las niñas que jugaban en las veredas del barrio, las noches desbordantes de milongas y estrellas, el colegio de monjas y el baile, la ley y el amor, todo estaba junto y enredado. Amalia vivía en ese Buenos Aires de las madreselvas y el tango, soñando su amor esperanzado de novela: uniforme, visita semanal y violetas en la mano. Por las tardes, al llegar de la escuela, escribía:
El amor es el velo, / la rosa de los vientos que gira / y se pierde en otros horizontes / infinitos, divinos. / A veces no, / es el borde, la orilla, la forma en que el agua te salpica, / lo infranqueable o lo permeable, / lo maldito, lo ínfimo, lo íntimo, / lo que escucho y lo que callo. / Es el sendero final hacia el Parnaso. / ¿O la avenida hacia todos los infiernos? / Es la campanada de las ocho y son las siete.
Amalia era joven y estaba lejos de su casa y el honor familiar, en medio del mundo real pero soñando con el fragor de los caballos, las cañitas enhiestas y la guitarra de alguna pulpería, esa época de unitarios y federales, miriñaque y peinetón que contaban los libros de historia. Todo se mezclaba en su presente y entre esas dos ciudades ella construyó su historia de amor con el delicado sabor de la lavanda inocente.
Cuando la mentira llegó oliendo a claveles y coraje, no pudo eludir la pasión que la consumía y abrió sus brazos encerrándola y encerrándose en ese laberinto de uniforme y pecado, brillante y letal como el puñal que aparece en la noche. La vergüenza miraba de soslayo la escena, entre las caricias de las farolas, las promesas y juramentos al aire; y entre el perfume de las flores y la brisa, el trueno que se anunciaba. Amalia creyó las súplicas y las lágrimas, erigió su mundo empapelado de sueños entre las cuatro paredes y el balcón iluminado por sus ojos claros y el farol.
Muy pronto quedó el balcón en ruinas, trepado por madreselvas abandonadas y erosionado por la realidad, y los ojos borrosos vieron escapar al asesino de sus fantasías. Seducida como en un folletín, quedó comprometida en una historia inútil, sin futuro, porque el futuro se presentó de golpe anunciando el final. La entrega se convirtió en caída y la mirada se opacó en la noche última con las farolas.
Después, lentamente, la devoción terrena y carnal fue transformándose en un amor místico, casi sobrenatural. Amalia entregó su cuerpo y alma a nuevos brazos en una consagración redentora. Y entonces comprendió cuál era su misión, podría cambiar su historia y la de miles de niñas melancólicas que cantaban la misma canción desde la vereda de sus casas.
PATRICIA CARRANZA
plcarranza@hotmail.com
LABIOS LIBRES
Al cabo de las tierras y los días
de horarios y partidas y llegadas
y aeropuertos comidos por la niebla
enfermo de países y kilómetros
y rápidos hoteles compartidos
Luego de esperas
prisas
y rostros y paisajes diferentes
y seres encandilados por el olvido
o abiertamente besados por la vida
Después de aquella amada
y esa otra apenas entrevista
mujeres cogidas por mi soledad
y ahogadas por las bellas catástrofes
Luego de la violencia y el deseo
de comenzarlo todo nuevamente
y los errores
y los malentendidos cotidianos
y los hábitos torrenciales del trópico
y noches acariciadas por el alcohol
y tabaco fumado con tanta incertidumbre
Al cabo de un nombre que no me atrevo a decir
y de alguien que yo llamaba Irene
de cierta voz
cierta manera de clavar los ojos
al cabo de mi fe en el entendimiento de los hombres
y en el corazón de ciudades y pueblos
que nunca sabrán de mí
Luego de tanta tentativa de huirme o enfrentarme
y comprender que estoy solo
pero no estoy solo
al cabo de amores corroídos
y límites violados
y de la certidumbre de que toda vida
no es más que los escombros
de otra que debió haber sido
Al cabo del hachazo irreparable del tiempo
sólo puedo blandir estas palabras
esta obstinación de años y distancias
que se llama poesía
MARIO TREJO, argentino (1926-2012)
LLUVIA
Arrabal en la lluvia del ocaso
mientras voy amurado por el viento,
fayo de suerte, gil de aburrimiento,
con mi sino de bronca y escolaso.
Entre charcas azules, a mi paso,
gorrionean los pibes del convento,
y en el puñal de la garúa siento
la tenaz mishiadura del fracaso.
Por un hilo de sol amarillento
cae a la zanja una flor de raso.
El saucedal destila desaliento.
Arrabal en la lluvia del ocaso
mientras voy sin amigos y sin vento
con dos guitas de amor y un solo faso.
ORLANDO MARIO PUNZI, argentino (1914-2015)
La Jungla de Wilfredo Lam (cubano, 1902-1982)
Sugerencia: La canción de la tierra, de Gustav Mahler.