lunes, 15 de junio de 2020

Molinos de viento n° 9

Molinos de viento n° 9
Boletín de Artes y Letras
Año 1 - No 9 - Septiembre 2019
Director: Osmar Luis Bondoni


LA MARCA*

Cuando compró la casa, el gato ya estaba. Lo vio cuando salie-
ron al patio con el agente inmobiliario. A pesar de que el pasto le
llegaba a las rodillas, pudo distinguirlo: gris, con manchas blancas,
la oreja derecha con un repulgue de sangre seca. Nómade, como él.
No se hizo problema: le gustaban los gatos y la casa estaba a muy
buen precio.
Cortó el pasto del jardín y se encargó de la poda. Había pasado
una semana desde la mudanza y el gato no se mostraba.
El décimo día, mientras preparaba café, oyó el maullido y se acer-
có a la ventana del patio. Una imagen simple: un gato orinando en
el pasto.
La escena se convirtió en rutina: hubiera sol, tormenta eléctrica
o una leve brisa, el gato orinaba siempre en el mismo lugar.
Él entendió que indicaba un punto preciso en el parque. Como si
la naturaleza le estuviera revelando un secreto. Salió con la pala en
mano y cavó, sobre la marca exacta de pasto amarillo.
Después de media hora se encontró sudando, con la vista fija en
el pozo. Una lombriz se deslizaba por la tierra negra y húmeda. Con
una palada la partió en dos, por mera venganza al sentirse estafado
por un gato.
Cada mitad de lombriz bifurcada siguió su camino en dirección
opuesta. Él se metió en la casa.
A la noche salió a regar. Ignoró el pozo todo el tiempo que pudo,
pero a escasos metros notó una figura gris. Manchas blancas. El
repulgue de sangre seca en la oreja. El cuerpo acurrucado. Su lugar
para morir.
Tapó el pozo con suavidad, tratando de que la caída de la tierra
fuera una caricia. Le inventó un nombre y dijo unas palabras de
despedida.
A pesar de que habían pasado tres meses desde el entierro, sobre
la tumba no crecía el pasto.
Él vuelve al jardín con la pala. Mientras la hunde en la tierra,
imagina el momento en que la punta toque el cuerpo en descompo-
sición, desgarre el poco pelo y cava más y más fuerte, pero el gato
se ha ido. Nómade, como él.
Dos lombrices se deslizan por la tierra negra y seca.

NICOLÁS BARRASA
nicolasbarrasa@gmail.com
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* Segundo Premio en categoría narrativa del 18vo. Concurso Nacional en
Poesía y Narrativa de Azul, Pcia. de Buenos Aires.

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LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos, pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!



PIEDRA NEGRA
SOBRE UNA PIEDRA BLANCA

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
MARC CHAGALL, bielorruso (1887-1985)
Las luces del matrimonio (1945)
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos.

CÉSAR VALLEJO, peruano (1892-1938)

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Canciones sin palabras, obra completa (8 volúmenes) en su
versión original para piano, de Félix Mendelssohn

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Molinos de viento n° 8


Molinos de viento nº 8 
Boletín de Artes y Letras - Agosto 2019
Director: Osmar Luis Bondoni
osmarbondoni@yahoo.com.ar


LATIDOS *

A Marcela, que supo
llegar a tiempo.

    Intenta luchar contra esa fuerza que le ordena levantar la vista y
trata de que los ojos sólo sigan mostrándole los avances del sol so-
bre la piel del pecho, donde únicamente la gran cicatriz ha conse-
guido conservar palidez entre las colinas doradas. Cede finalmente
y mira. Ella, junto al hombre y bajo la sombrilla recién plantada, gira
con rapidez la cabeza para ver el mar, pero el muchacho sabe que ha
estado mirándolo y que de ahí vino y vendría la orden.
    ¿Por qué no es fastidio, temor y rechazo lo que le amanece cuando
las miradas se encuentran como roces de relámpagos silenciosos?
    ¿Por qué no ha logrado completar el impulso de preguntarle qué
motivo tiene para mirarlo sin acercársele, para perseguirlo? ¿Por qué
tampoco ella pudo hasta hoy redondear con dos pasos más hacia él
aquel paso único dado la primera vez que lo esperó para solamente
mirarlo, tiesa junto a la puerta de su casa? ¿Por qué, si tuviera que
ponerle nombre a lo que le brota en esos momentos —ahora mis-
mo— diría calor dulce?
    Ella se ha sentado a tejer en el redondel de sombra, mientras el
hombre continúa edificándole un cerco protector de gestos, sonrisas,
movimientos, palabras. No mirándolo a él, cuidadosamente.
    El muchacho disfruta la pereza del mediodía milagroso sin vien-
to, calculando los kilómetros de playa, con lejanos pescadores espe-
ranzados, sombrillas ralas y alguna pareja paleteando. No sabe quién
es esa mujer, no conoce su nombre. La segunda vez la encontró en
la escalinata de la facultad, a la salida, cuando un grupo de compa-
ñeros lo llevaba en andas celebrando su regreso. Ahora supone que
ha de ser como el suyo el placer de los lagartos al dejarse penetrar
por el sol. Como repetidas por un grabador oye voces que hace siete
días le dijeron: Te dejamos ir si nos prometés que vas a hacer lo que
te aconsejó el médico sobre no abusar del sol ni del agua fría. Pro-
metió y vino y abusó del sol y del agua fría, vengativamente, por-
que aquel día, antes de que lo hundieran en la oscuridad pensó con
miedo en no poder contemplar otra vez el mar. Y se ha propuesto
gozar más, recordando antes de cada chapuzón, de cada salto, sus
últimos tiempos de contenciones, de ver vivir como asomándose a
un espectáculo prohibido.
    “Turistas prematuros”, se le ocurrió mirando el sector de carpas
con sólo una ocupada, la suya, los lentos preparativos rehabilitadores
de aquel bar, esa mujer tejiendo a diez metros tal vez elaborando el
momento de lanzar la orden. Pasado mañana, cuando venga el resto
de su familia, lo comentará con ellos (hasta ahora —tampoco sabe
por qué— no les habló de la mujer), y si le preguntaran ¿A vos qué
te parece?, no necesitará pensar mucho para contestar Me parece una
buena señora. Quizá no les contaría que a veces ha visto agrandársele
los ojos como si estuvieran respondiendo al esfuerzo de un alarido.
    Un día llegó a decirse si la mujer no sería una de aquellas enferme-
ras a las que solamente les conoció los ojos. Pero no pudo recordar
otros ojos con alaridos. Les contaría, sí, en el clima perdonador de
las vacaciones, aquello nuevo que se había hecho adentro, descubierto
pocos minutos después de haber regresado de la oscuridad, todavía
entre un resto de niebla pero sabiendo de quiénes eran esas caras con
sonrisas ensayadas que lo miraban como si su cama estuviese de-
fendida por un alambrado eléctrico. Les explicaría la desaparición
del otro. No, tal vez sería mejor decir la aparición del otro, éste, Yo.
Recién devuelto por la oscuridad, contempló con alegría las cenizas
del esforzado estudiante de derecho. Mañana estudiará la manera
menos hiriente de explicarles que no puede explicarles aquellas ce-
nizas. Simplemente despertó otro. Le será imposible convencerlos
de que debe luchar para entender como vividos por él todos esos años
anteriores al día de la oscuridad. Tampoco le creerán la fuerza vir-
gen ni podrán quitarse la careta de asombro cuando les sonría su
proyecto.
    La orden vibra: la mujer lo cree dormido y está mirándolo. Alza
la cabeza y ella vuelve rápidamente a su tejido. La noche del vuelo,
al verla en el aeroparque, se dijo con algo de rabia: Si toma mi avión,
cuando estemos en el aire me voy a parar junto a su asiento y le
gritaré Qué quiere. Ella no tomó el mismo avión.
    Cierra los ojos para preparar el escenario de pasado mañana,
ubicar a los actores y pronunciar la frase que desencadenaría la si-
tuación: el living del chalet, sus padres, sus hermanos y él, que ha
dicho la frase. La respuesta llegará en un coro a cuatro voces: ¿Una
chacra en El Bolsón? ¿Y tu carrera, pedazo de? Trata de armar el
libreto de su monólogo, que rebotará en un silencio cada vez más
frío, porque los cuatro le verán en la cara, más que en las palabras,
su decisión tan inamovible como el volcán Lanín. Todavía no sabe
si les dirá que necesita pararse descalzo sobre la tierra de un surco
recién parido y ver cómo las raíces de sus pies entran para vivir ti-
bias en los jugos secretos. Quizá tampoco les diga: Quiero tener hijos
que jamás respiren más de treinta horas algún aire que no sea total-
mente aire. Les demostrará, sí, su saber sobre frambuesas, frutillas,
cerezas, les hablará de sus nuevos amigos, de su nuevos libros, de la
probable fecha del viaje y de cómo el día en que sus anteriores amigos
lo llevaban en andas celebrando su regreso a la facultad, al bajarlo
supieron que también era despedida. (Aquel día encontró por segun-
da vez a la mujer.)
    Se arrastra para buscar un alivio de sombra, baja el telón sobre la
escena de pasado mañana y la paz creciente lo adormece, lo duerme.
Una punzada de susto lo despierta. Agazapada junto a él, la mujer
apoya su perfil en aquel pecho bronceado.
    —¡Salga! ¿Qué está haciendo? —Ella se levanta.
    —Escuchaba, nada más. Perdoname, perdoname, querido. No vol-
verás a verme. Adiós.
     Corre hacia el hombre que la espera intranquilo bajo la sombri-
lla. Lo abraza y habla sin interrumpir su pequeña risa:
    —Vámonos en seguida. Las fotos han quedado muy solas. Diego
no será más esa cosa que bajaron en la camilla de la ambulancia.
    Vámonos. Lo sentí latir, por fin. Diego late, querido. Vive.

NÉSTOR BONDONI, argentino (1916-1998)
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* Este trabajo integra el libro Alguien sabía su nombre, que en 1991 obtuvo el
Primer Premio Fondo Nacional de las Artes, Género Cuento.

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ANDREA MANTEGNA, italiano (1431-1506).
Lamento sobre Cristo muerto.


EL CRISTO DE MANTEGNA

El cuerpo verde pálido empieza en los pies
avanzando a proa. La ley del espacio
no dio otra opción
que empujar la cabeza hacia el fondo.
En esta yacencia clínica, la divinidad
es sometida a la autopsia
de la perspectiva. La superficie es terrosa
en el rostro de la aflicción, cercado
por cabellos de sombra y abajo
la sangre seca de los cuatro orificios
entregada a la gravitación.
Como prensada, la masa total
se aplasta al planeta
aplazando la gran promesa
por la belleza de lo pesado
y la torturada arcilla
de la madre inclinada, su lágrima campesina.
Este maniático del ojo realista
mantuvo a su padre difunto
sin sepultar por varios días. Quería
saber más de la muerte que el propio modelo,
demorar los límites del cadáver
y definir el cuerpo místico
por la verdad terrestre de la forma sensible.
Por el momento, la escena
pertenece a este mundo. En el sótano clandestino
se consuma el sacrilegio y afuera
el claro cielo italiano espera su presa.


JOAQUÍN O. GIANNUZZI, argentino (1924-2004)

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BARCAROLA

Si solamente me tocaras el corazón,
si solamente pusieras tu boca en mi corazón,
tu fina boca, tus dientes,
si pusieras tu lengua como una flecha roja
allí donde mi corazón polvoriento golpea,
si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando,
sonaría con un ruido oscuro, con sonido de ruedas de tren con
sueño,
como aguas vacilantes,
como el otoño en hojas,
como sangre,
con un ruido de llamas húmedas quemando el cielo,
sonando como sueños o ramas o lluvias,
o bocinas de puerto triste,
si tú soplaras en mi corazón, cerca del mar,
como un fantasma blanco,
al borde de la espuma,
en mitad del viento,
como un fantasma desencadenado, a la orilla del mar, llorando.

Como ausencia extendida, como campana súbita,
el mar reparte el sonido del corazón,
lloviendo, atardeciendo, en una costa sola:
la noche cae sin duda,
y su lúgubre azul de estandarte en naufragio
se puebla de planetas de plata enronquecida.

Y suena el corazón como un caracol agrio,
llama, oh mar, oh lamento, oh derretido espanto
esparcido en desgracias y olas desvencijadas:
de lo sonoro el mar acusa
sus sombras recostadas, sus amapolas verdes.

Si existieras de pronto, en una costa lúgubre,
rodeada por el día muerto,
frente a una nueva noche,
llena de olas,
y soplaras en mi corazón de miedo frío,
soplaras en la sangre sola de mi corazón,
soplaras en su movimiento de paloma con llamas,
sonarían sus negras sílabas de sangre,
crecerían sus incesantes aguas rojas,
y sonaría, sonaría a sombras,
sonaría como la muerte,
llamaría como un tubo lleno de viento o llanto,
o una botella echando espanto a borbotones.

Así es, y los relámpagos cubrirían tus trenzas
y la lluvia entraría por tus ojos abiertos
a preparar el llanto que sordamente encierras,
y las alas negras del mar girarían en torno
de ti, con grandes garras, y graznidos, y vuelos.
Quieres ser el fantasma que sople, solitario,
cerca del mar su estéril, triste instrumento?
Si solamente llamaras,
su prolongado son, su maléfico pito,
su orden de olas heridas,
alguien vendría acaso,
alguien vendría,
desde las cimas de las islas, desde el fondo rojo del mar,
alguien vendría, alguien vendría.

Alguien vendría, sopla con furia,
que suene como sirena de barco roto,
como lamento,
como un relincho en medio de la espuma y la sangre,
como un agua feroz mordiéndose y sonando.

En la estación marina
su caracol de sombra circula como un grito,
los pájaros del mar lo desestiman y huyen,
sus listas de sonido, sus lúgubres barrotes
se levantan a orillas del océano solo.

PABLO NERUDA, chileno (1904-1973)

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Cuarteto para cuerdas No 1 (sobre la “Sonata a Kreutzer”, de

Tolstoi), de Leos Janacek.
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domingo, 14 de junio de 2020

Molinos de viento nº 7

  HENRI MATISSE, francés (1869-1954)
 Interior con fonógrafo (1924)

Molinos de viento nº 7 
Boletín de Artes y Letras - Julio 2019
Director: Osmar Luis Bondoni
osmarbondoni@yahoo.com.ar


















SONETO

Éstas que fueron pompa y alegría
Despertando al albor de la mañana,
A la tarde serán lástima vana
Durmiendo en brazos de la noche fría.

Este matiz que al cielo desafía,
Iris listado de oro, nieve y grana,
Será escarmiento de la vida humana:
¡Tanto se emprende en término de un día!

A florecer las rosas madrugaron,
Y para envejecerse florecieron:
Cuna y sepulcro en un botón hallaron.

Tales los hombres sus fortunas vieron:
En un día nacieron y espiraron;
Que pasados los siglos, horas fueron.

PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, español (1600-1681)

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BALADA DE LO QUE NO VUELVE

Venía hacia mí por la sonrisa
Por el camino de su gracia
Y cambiaba las horas del día
El cielo de la noche se convertía en el cielo del amanecer
El mar era un árbol frondoso lleno de pájaros
Las flores daban campanadas de alegría
Y mi corazón se ponía a perfumar enloquecido

Van andando los días a lo largo del año
¿En dónde estás?
Me crece la mirada
Se me alargan las manos
En vano la soledad abre sus puertas
Y el silencio se llena de tus pasos de antaño
Me crece el corazón
Se me alargan los ojos
Y quisiera pedir otros ojos
Para ponerlos allí donde terminan los míos
¿En dónde estás ahora?
¿Qué sitio del mundo se está haciendo tibio con tu
                                                                    presencia?
Me crece el corazón como una esponja
O como esos corales que van a formar islas.
Es inútil mirar los astros
O interrogar las piedras encanecidas
Es inútil mirar ese árbol que te dijo adiós el último
Y te saludará el primero a tu regreso
Eres sustancia de lejanía
Y no hay remedio
Andan los días en tu busca
A qué seguir por todas partes la huella de sus pasos
El tiempo canta dulcemente
Mientras la herida cierra los párpados para dormirse
Me crece el corazón
Hasta romper sus horizontes
Hasta saltar por encima de los árboles
Y estrellarse en el cielo
La noche sabe qué corazón tiene más amargura

Sigo las flores y me pierdo en el tiempo
De soledad en soledad
Sigo las olas y me pierdo en la noche
De soledad en soledad
Tú has escondido la luz en alguna parte
¿En dónde?, ¿en dónde?
Andan los días en tu busca
Los días llagados coronados de espinas
Se caen se levantan
Y van goteando sangre.
Te buscan los caminos de la tierra
De soledad en soledad
Me crece terriblemente el corazón
Nada vuelve

Todo es otra cosa
Nada vuelve nada vuelve
Se van las flores y las hierbas
El perfume apenas llega como una campanada de otra
                                                                        provincia
Vienen otras miradas y otras voces
Viene otra agua en el río
Vienen otras hojas de repente en el bosque
Todo es otra cosa
Nada vuelve
Se fueron los caminos
Se fueron los minutos y las horas
Se alejó el río para siempre
Como los cometas que tanto admiramos

Desbordará mi corazón sobre la tierra
Y el universo será mi corazón.

VICENTE HUIDOBRO, chileno (1893-1948)

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NACER

Mis pensamientos abren la ventana:
un revoloteo de hojas secas en la frente.

No sé dónde me he dejado olvidada.

Pero una luz de comienzo del mundo
pacientemente rehace mis contornos.


CRISTINA BERBARI
cristinaberbari@gmail.com. 

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Las seis cantatas del “Oratorio de Navidad”, BWV 248, 
de Juan Sebastián Bach.

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sábado, 13 de junio de 2020

Molinos de viento N° 6

Molinos de viento n° 6
Boletín de Artes y Letras -  junio 2019

Director: Osmar Luis Bondoni
osmarbondoni@yahoo.com.ar


CANTO DEL CIELO

 La flor de los Alpes decía a la valva: “tú luces”

 La valva decía al mar: “tú resuenas”
 El mar decía al barco: “tú tiemblas”
 El barco decía al fuego: “tú brillas”
 El fuego me decía: “yo brillo menos que sus ojos”
 El barco me decía: “yo tiemblo menos que tu corazón cuando ella
aparece”
 El mar me decía: “yo resueno menos que su nombre en tu amor”
 La valva me decía: “yo luzco menos que el fósforo del deseo en
tu sueño hueco”
 La flor de los Alpes me decía: “ella es bella”
 Yo decía: “ella es bella, ella es bella, ella es conmovedora”.


TANTO HE SOÑADO CONTIGO

 Tanto he soñado contigo que pierdes tu realidad.
 ¿Es tiempo todavía de alcanzar ese cuerpo vivo y de besar sobre
esa boca el nacimiento de la voz que me es querida?
 Tanto he soñado contigo que mis brazos habituados a estrechar tu
sombra, a cruzarla sobre mi pecho no se plegarán ya al contorno de
tu cuerpo, quizá.
 Y que, frente a la apariencia real de eso que me frecuenta y me
gobierna desde hace días y años, me convertiré sin duda en una
sombra.
 Oh balanceos sentimentales.
 Tanto he soñado contigo que no es tiempo ya sin duda de que me
despierte. Duermo de pie, el cuerpo expuesto a todas las apariencias
de la vida y del amor y tú, la única que cuenta hoy para mí, podría
menos tocar tu frente y tus labios que unos labios y una frente cualquiera.
 Tanto he soñado contigo, tanto he andado, hablado, tanto me he
acostado con tu fantasma que no me queda ya, y sin embargo, más
que ser fantasma entre los fantasmas y más sombra cien veces que
la sombra que se pasea y se paseará alegremente sobre el cuadrante
solar de mi vida.

NO, EL AMOR NO ESTÁ MUERTO

 No, el amor no está muerto en ese corazón y esos ojos y esa boca
que proclaman sus funerales comenzados.
 Escuchen, tengo bastante de lo pintoresco y de los colores y del
encanto.
 Amo el amor, su ternura y su crueldad.
 Mi amor no tiene más que un solo nombre, que una sola forma.
 Todo pasa. Bocas se pegan a esa boca.
 Mi amor no tiene más que un nombre, que una forma.
 Y si algún día lo recuerdas
 Oh tú, forma y nombre de mi amor,
 Un día sobre el mar entre América y Europa,
 A la hora en que el rayo final del sol se reverbera sobre la superficie ondulada de las olas, o bien una noche de tormenta bajo un árbol
en el campo, o en un rápido automóvil,
 Una mañana de primavera en el boulevard Malesherbes,
 Un día de lluvia,
 Al alba antes de acostarte,
 Di, se lo ordeno a tu fantasma familiar, que fui el único en amarte
demasiado y que es una lástima que no lo hayas sabido.
 Di que no hay que lamentar las cosas: Ronsard antes que yo y
Baudelaire han cantado el lamento de las viejas y las muertas que
despreciaron el más puro amor.
 Tú, cuando estés muerta,
 Serás bella y siempre deseable.
 Yo estaré muerto ya, encerrado por completo en tu cuerpo inmortal, en tu imagen sorprendente presente para siempre entre las maravillas perpetuas de la vida y de la eternidad, pero si vivo
 Tu voz y su acento, tu mirada y sus rayos.
 El olor tuyo y el de tus cabellos y muchas otras cosas todavía vivirán en mí,
 En mí que no soy ni Ronsard ni Baudelaire.
 Pero que soy Robert Desnos y que, por haberte conocido y amado,
 Los valgo bien.
 Yo que soy Robert Desnos, para amarte
 Y que no quiero añadir otra reputación a mi memoria sobre la tierra despreciable.

AL FAVOR DE LA NOCHE

 Deslizarme en tu sombra al favor de la noche.
 Seguir tus pasos, tu sombra en la ventana.
 Esa sombra en la ventana eres tú, no es otra, eres tú.
 No abras esa ventana detrás de las cortinas de la cual te mueves.
 Cierra los ojos.
 Yo quisiera cerrarlos con mis labios.
 Pero la ventana se abre y el viento, el viento que hace oscilar extrañamente la llama y la bandera rodea mi fuga con su manto.
 La ventana se abre: no eres tú.
 Ya lo sabía.

ROBERT DESNOS, francés (1900-1945)

En traducción de Rodolfo Alonso.

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POETARZAN

mí ser poeta
mí respetar la lengua
que serme ajena
como lo propio

lengua, gran amiga

lengua, compañera

mí no saber qué es la lengua
pero quererla

lengua ser como el sol
mí no conocer el sol
conocer lo que nos hace

hombre blanco enseñarme a leer
y mí descubrir allí dicha:
cuando la selva de letras
tapar la selva de adentro
mí saber que poetarzan nunca quedarse sin selva

con la vegetación de los libros
por contagio de una fiebre poetarzan escribir
esta enfermedad ser alivio y este alivio
enfermedad que no permitir al enfermo curarse:
entre las cosas raras de la vida
una ser más rara que ninguna:
el que escribir del sol fabricar otro sol
el mundo tener más cosas de que ocuparse
pero las cosas ser cada vez menos temidas

difícil
para quienes creer que el miedo es accidente
comprender perplejidad de poetarzan

mí escribirles
“la dicha de leer no aprenderla dicha en los libros”
mí pensar
“la escritura muda cuando la lectura dicha
la lectura dicha cuando la escritura muda”

todo lo que mí escribir sonar extraño a poetarzan
ajeno y propio como verdad
como verdor


JORGE SANTIAGO PEREDNIK, argentino (1952-2011)

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JEAN-FRANÇOIS MILLET, francés (1814-1875) El ángelus (1857)



Los cuartetos para cuerdas “Rasumovsky”, opus 59, de Ludwig van Beethoven. 

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