lunes, 28 de noviembre de 2011

Nélida Habeshián


"El primer piso", nuevo libro de cuentos y relatos de Nélida Habeshián, Buenos Aires, Dunken. 2011.

JALIL

Jalil salió temprano de su casa ubicada en Besharre, al norte del Líbano, zona de montañas cercana a los famosos y milenarios cedros y no lejos del silencioso valle de Kadisha que se extiende hasta el mar Mediterráneo. Se dirigió al almacén para pedir comestibles, pero el dinero le alcanzó solamente para un kilo de trigo. El dependiente, sin dejar de mirarlo, retiró algunos paquetes del mostrador y puso en el plato de la balanza el que había separado, sintiendo pena por su vecino. Sabía que Jalil era una buena persona. Con voz entrecortada y un poco avergonzado, el joven, comentó despacio:

-¡Tú me conoces Samir, sabes que en cuanto puedo pago! Hay poco trabajo...

Pero el dependiente acercando su cara a la de Jalil, con gesto cómplice, le murmuró:

-¡Por favor, amigo... no me comprometas!

Se lo dijo en voz baja y mirando de izquierda a derecha. Con disimulo, siguió hablando:

-¿Sabes que tu historia es la de todos?... ¡Y la mía también!

-Sí amigo, así es... entonces... nos comprendemos.

Jalil se retiró del negocio conteniendo lágrimas de impotencia. Caminó apesadumbrado algunos kilómetros queriendo despejar sus pensamientos. Llegó a Hasroun, un pueblo muy pequeño; ahí vivían parientes. Se sentó a descansar a la vera del camino polvoriento. El sol quemaba. Tenía sed y hambre. Recuperó sus fuerzas comiendo un poco del trigo seco que había comprado. Llegó a la casa de sus tíos y lo recibieron cariñosamente. Después se sentaron a conversar a la sombra de un parral en la parte posterior de la vivienda. Hablaron mucho y tocaron diversos temas. Rezaron. La tía le entregó un paquete con alimentos y con dulzura comentó:

-Este es mi regalo para tus pequeños, es poco, pero les va a gustar. Es lo único hijo que puedo darte, y con llanto entrecortado abrazó muy fuerte a su sobrino quién tomó el envoltorio con mano temblorosa. Después, al despedirse, la mujer le dio su bendición. Al atardecer Jalil entró a Besharre. Se había levantado una brisa muy suave y antes de llegar a su casa se sentó a descansar entre colinas y montañas. Quería pensar con tranquilidad. Eran muchas las cosas que él tenía que resolver. Rememoró su época de estudiante. Los felices días de su niñez. Las caminatas con su tío Elías que hacía unos años había emigrado a Venezuela y después se radicó en Argentina. Fue su maestro y amigo. Lo extrañaba. Siguió caminando. Faltaban pocas cuadras para llegar y se preguntaba continuamente ¿qué puedo hacer? ¡Dios mío, ayúdame, ayúdame! Cuando esa noche entró a la amplia sala de su casa, Haida lo miró interrogante y los niños fijaron sus ojos en el paquete que sostenía fuerte contra su pecho. Su esposa repartió feliz los alimentos que le enviara su tía. Convidaría a su esposo después de cenar con café y locum· de almendras.

A la mañana siguiente, temprano escuchó que lo llamaban:

-Jalil, Jalil, ven... Soy yo Antonio...

Curioso, se acercó y tras saludarlo prestó mucha atención a la propuesta de su amigo:

-En el mejor hotel de Beirut necesitan camareros y mozos de comedor que hablen correctamente el francés y como tú eres profesor te paso el dato, ¿vienes?...

Jalil se despidió de su familia y rápido subió al camión de su amigo. Tomaron la carretera hacia Beirut. Levantaban la mano y saludaban a los hombres que trabajaban en los campos de frutales de la zona. Antonio le comentó que la situación económica del país era terrible y que empeoraba vertiginosamente. Llegaron al hotel antes del mediodía y en la conserjería le hicieron leer y firmar el reglamento del personal y le entregaron la ropa de trabajo. En un momento determinado, cuando se probaba la chaqueta blanca de camarero lo observó el gerente del hotel. Le preguntó si ya estaba registrado y Jalil le respondió:

-Sí, señor, como personal contratado, hablo francés, soy profesor.

-¡Ah, sí!... Tú eres el joven que me recomendó Antonio, mi primo, ¿no?...

Mientras, el hombre pensaba” tiene buen aspecto, fino, prolijo, entonces después de unos segundos le dijo amablemente:

-Aquí, joven, siempre va a ser tenido en cuenta.

Jalil , se dijo para sí, gracias a Dios”

Al día siguiente rebosando de alegría se dirigió al hotel y empezó a trabajar. En el salón comedor se encontraba cenando una señora alta, corpulenta, de cabello rubio, peinado tirante con bucles en la nuca. Lucía un vestido largo de color negro con lentejuelas plateadas. Jalil, mientras acercaba la mesa rodante con la hielera y el champagne se dio cuenta que la mujer lo miraba con insistencia. Después de unos minutos ella le preguntó curiosa:

-¿A usted, lo conozco, lo he visto en otro lugar?...

Jalil sorprendido se quedó pensativo, y remontándose a su época de estudiante recordó a Madame Geneviève su profesora de francés en el colegio privado de la ciudad. Luego de observarla con detenimiento le respondió:

-Sí, sí, madame, del colegio R... Aquí, de visita en Beirut, ¿No?...

-Así es… ¡¿ Y… Usted, que hace sirviendo mesas aquí ¡?

Su pregunta sonó como un látigo en el rostro del joven. Pero reaccionó pronto y le contestó:

-Para mí, en estos momentos tan duros para el país, es un regalo del cielo tener trabajo.

A continuación le relató brevemente la situación que estaba viviendo junto a su familia. Pasó el tiempo tras ese breve encuentro y Jalil en el término de dos meses fue llamado para hacer distintos trabajos en el hotel. Aceptaba muy contento lo que se le encomendaba y seguía obsesionado pensando de qué forma podía solucionar el complejo problema de su hogar, ya que el futuro de sus hijos le preocupaba. Se decía, “Gracias Haida , tu me acompañas en todo. ”¡Que puedo hacer, Dios, ayúdame, Dios mío! En los momentos libres salía a caminar con sus tres hijos tratando de hacerlos disfrutar de la naturaleza del lugar y respondiendo a las preguntas que los niños observadores le hacían.. Corrían los años 1919/1920 y a la sazón y por la crisis muchos vecinos malvendían sus propiedades y tierras para solventar el viaje emigrando a otros países. El matrimonio saboreaba día a día ese brebaje de desesperación que se vivía ante la crítica situación latente del país. Jalil ya casi no tenía alumnos particulares de francés y las dos escuelas donde él ejerciera como profesor titular cerraron sus puertas definitivamente.

Un día el conserje del hotel le comunicó que el día jueves llegaba una delegación de la Embajada de Francia, y además industriales importantes por lo que tendría que presentarse a trabajar a las l9 horas y traer las dos chaquetas blancas impecables. Pero las cosas resultaron distintas y fue enviado a la cocina como ayudante. Mientras limpiaba la vajilla ensimismado en sus pensamientos escuchó la voz del jefe de camareros que le comentó con ironía:

-Señor Jalil... pregunta por usted una dama de la delegación, está en el comedor. Lo espera...

El joven se quitó el delantal. Se puso el saco blanco y acomodó su pelo; luego fue hasta el lugar que le indicó su jefe. Grande fue su sorpresa cuando la vio a Madame Geneviève Estaba acompañada por un señor que le fue presentado como su marido. Hablaron y ésta le hizo una propuesta. Quedaron que al día siguiente se encontrarían en la planta baja del hotel fuera del horario habitual de trabajo.

Esa noche cuando llegó a su casa los niños dormían y Haida preparaba las lecciones de francés. Mientras la abrazaba con ternura le preguntó en voz baja:

-¿Cómo está mi mejor alumna? Haida...¿Sabes que la señora Geneviève y su esposo me propusieron un trabajo? Eso sí, tengo que ir a Francia...

-¿Viajarás a otro lugar?... ¿Y nosotros?...

-Sí, sí, es para el bien de todos. El problema económico del país es grave. Tú te quedarás con nuestros hijos en Besharre y cada tanto yo te envío el dinero por el correo de la embajada. No tengas miedo, ellos son gente seria. Planearon las cosas muy bien y tendré un buen ingreso. Además, ya me lo anticiparon, acompañaré al señor Pierre en sus viajes.

Pasaron ocho meses y Jalil ya en París trabajaba muy satisfecho al servicio del señor Pierre Duclos y también era llamado por funcionarios importantes como traductor e intérprete. Varias veces le comentó a su jefe que seguía con la esperanza de hacer traer a su familia ya que los extrañaba mucho, y el hombre le decía:

- Ten paciencia Jalil, las cosas saldrán bien, no hay que apresurarse.

El señor Duclos era director ejecutivo de una firma internacional y necesitaba una persona muy culta,y de confianza que hablara árabe y francés. Conversaron con mucha reserva sobre el puesto ofrecido. A raíz de esta situación el joven ingresó a esa empresa previa evaluación del matrimonio.

Cada tanto, antes de retirarse, Duclos, lo llamaba a Jalil y lo invitaba a tomar café siendo el tema principal de la conversación era la difícil orientación política y económica del Líbano. En una de esas reuniones le comentó que le habían hablado de un joven libanés, escritor, que se había radicado en Boston, Estados Unidos, con su familia. Se llama Khalil Gibran*, le dijo, escribe, esculpe y dibuja. También hace colectas entre los residentes libaneses de allá para ayudar un poco a los compatriotas. Volvió a repetir el nombre remarcando las letras. Luego le aclaró:

-Ah,... debe tener su edad... me olvidaba, creo que es de su mismo pueblo, de Besharre...También hace exposiciones con sus pinturas y esculturas, y vende... Es bastante reconocido. Jalil se emocionó. Revivió su infancia y a Khalil al que conocía de niño y se encontraban con otros amigos para recorrer las montañas y colinas de su tierra y se sintió íntimamente satisfecho con la sola mención de ese nombre tan querido ya que el escritor fue compañero suyo de escuela en Beirut. Con los años siguieron caminos distintos. Rememoró los dibujos que hacía su amigo y vecino. Además dejaba absorto a los que lo escuchaban hablar de la lluvia, las tormentas, los truenos y rayos. ¡Por Dios, como no lo voy a recordar! ¡Por algo salió escritor! Desde niño escribía poesía y cuentos.

- Ah... ¿sabe señor Pierre, que él dibujaba sobre la nieve?

Pasaron dos años. Jalil consiguió alquilar una casa pequeña y modesta en Fontenay-Sous-Bois, lado Marne, en las afueras de Paris. Cuando Haida y los niños llegaron el joven se sintió íntimamente satisfecho del paso que habían dado. Los hijos ya en edad escolar fueron anotados en buenas escuelas y Jalil junto a su esposa no dejaban de vivír atentos a los problemas de su país. Ya los otomanos habían sido dispersados y los franceses se hicieron cargo de la situación controlando palmo a palmo el territorio libanés. El matrimonio decidió hacer colectas entre los libaneses radicados en Francia y llevar un registro de connacionales. En una oportunidad un profesor oriundo de Baalbeck le entregó su reloj de bolsillo y un anillo con un brillante. Conmovido le habló de su familia y su lucha para traerlos junto a él, luego, dijo:

-Yo me quedo con mis libros... en cambio lo que vendas servirá para ayudar.

Jalil y Haida llegaron a ser muy conocidos entre los residentes libaneses y recibían colaboración en forma permanente. Recordaban a familiares y amigos y pedían fervientemente por ellos.

Cada tanto acompañaba al señor Pierre a Beirut, y cuando llegaba a Besharre la gente le contaba las penurias que estaban pasando. Los que emigraron encontraron paz, bienestar y trabajo, pero sufrían el desarraigo de la tierra que los vio nacer.

Los años fueron pasando y ya adultos sus tres hijos adultos se convirtieron en profesionales. Vivían satisfechos de que pudieron costear sus estudios, pero íntimamente los absorbía la melancolía por su tierra querida. Corría el año 1941 y el Líbano consiguió la soberanía absoluta con la garantía de los aliados. Ya en 1946 se declaró la independencia y la señora Geneviève ofreció en su residencia un banquete para festejar este acontecimiento tan emotivo.

...Y el tiempo transcurría con la esperanza de un país mejor. En tanto Haida y Jalil recibían en su casa una vez por semana a todo libanés que en la diáspora deseara estar unido a sus compatriotas. Evocaban la patria amada y la vida que nostálgicamente en la espiral del tiempo retrocedía haciéndoles rememorar la época pasada. Jalil se decía para sus adentros, “ escucho voces… son voces queridas…” y cerraba sus ojos y se veía en Besharre corriendo junto a sus amigos de la infancia y se preguntaba, ¿dónde estarán?

Cierto día, cuando Jalil regresaba de la ciudad , observó un auto estacionado en la puerta de su casa. Intrigado se fue acercando. En el asiento de atrás vio una mujer acurrucada de cabello blanco y anteojos. ¡No lo podía creer! Era su tía Salma. No hubo palabras, pero sí besos y abrazos. Ella lo acariciaba y lloraba. Después de unos segundos Jalil habló:

¡Tía, tía, esto es un regalo de Dios! y estás tan bien!...

-Claro, contestó ella, tú creías que no los vería más. Tengo ochenta y ocho años hijo. Mi nieto Paul me hizo venir a Francia. No quería que me quedara sola tan lejos de ellos.

Después, con un reflejo pícaro en sus ojos pequeños, Salma, le tocó el hombro al supuesto chofer. El hombre giró su cuerpo y se escuchó fuerte, muy fuerte:

- ¡No, no, otro regalo más!.. Estas sorpresas me van a matar! dijo Jalil emocionado.

Era Antonio su querido amigo de Besharre. Lloraron de alegría. Parecían dos niños. Se encaminaron hacia la casa. Haida cuando escuchó voces se fue acercando lentamente. Sus ojos negros destilaban asombro y sorprendida los miró sin pronunciar palabras. Se confundieron en un fuerte abrazo. Después de cenar se ubicaron en la sala de estar para tomar el café frente al hogar. La lluvia caía suave, silenciosa y había empezado a nevar. El chisporrotear de los leños sonaba a música y en la calidez del lugar con el afecto latente cada uno contó su historia desde que Jalil y su familia dejaron Líbano para emigrar a Francia. En cada rostro se veía reflejada la llama viva de la esperanza que los iluminaba para poder algún día ver un mundo mejor.

En la biblioteca, sobre una repisa, apoyada en un atril estaba la chapa que durante años lució en el frente de su casa en Besharre “Jalil, profesor de francés, niños y adultos”.

  • Khalil Gibran, escritor, escultor y pintor libanés (l883-1931)
Locum: bombones orientales
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SU HISTORIA

Beber en la mismidad. La misma copa
para dos bocas.

(Doloras de la piedra negra)

Cristina Berbari-2005

Era invierno. Hacía mucho frío y desde el mediodía caía una lluvia fina e intermitente que el viento azotaba con fuerza descomunal. Decidí llamar a mi amiga Victoria y le propuse reunirnos esa noche en mi casa para ver una película y, además le aclaré que prepararía empanadas acompañadas de un buen vinito. Al anochecer cuando escuché el timbre, al abrir la puerta ya estaba mi invitada pero sosteniendo un paquete con el rótulo de una confitería de la zona. En el momento que trataba de cerrar el portón del garage, mi perro, Juancho” se escapó. Miré de izquierda a derecha y lo descubrí detrás de un árbol.

Mi amiga reía a carcajadas al notar el esfuerzo que tuve que hacer para que entrara a casa otra vez.

Mientras nos deleitábamos con las empanadas vimos la película que había alquilado esa tarde. Después brindamos con sidra bien helada, de una botella que hacía rato estaba en la heladera esperando ser abierta. Con el segundo brindis serví el postre, pero en ese momento oí el eco de unos pasos. Le hice señas a Victoria que no hablara apoyando mi dedo índice sobre mis labios. Recordé que mis vecinos estaban de viaje. Escuchamos el ruido de una puerta al ser abierta, e inmediatamente observamos consternadas a un hombre alto, delgado, que llevaba puesto un pasamontañas de color negro. Se detuvo y nos miró en silencio. Supuse que había saltado la medianera y atravesado mi jardín. Habló con voz clara y armoniosa y nos dijo:

-¡No intenten hacer nada ¡

Miró las empanadas que habían quedado sobre la mesa del comedor. Se sirvió una. Comió rápido y sin dejar de observarlo, temblando, yo le dije:

-Señor…Puede comer otras…

-Ah…Si… Bueno…

-Señor…dijo Victoria asustada, ¿ le gustaría comer el postre?, es imperial ruso, y está bueno…

-Y… Sí, como final de cena me viene bien algo dulce sobre todo en invierno.

-¡Ojo! Dijo con firmeza, ¡no se muevan! Y terminó el último bocado elogiando las empanadas y el postre; y a continuación nos dijo:

-¡Sigan con las manos en alto!, orden que dio seguro de si mismo

-Señor… Preguntó mi amiga, ¿puedo ir al baño?...

-No…

-Pero…Dijo Victoria temblando.

-¡Pero qué!, le respondió autoritario.

-Y vos, me dijo observándome con insistencia, ¿qué me vas a pedir?

-¿Yo?...Nada, por ahora nada.

-Bueno chicas, se terminó la tertulia; sigan sentadas con los brazos en alto, ¿dónde tienen la plata?

Sacó del interior de su campera un revolver pequeño. Nos hizo recorrer todo el primer piso. No encontramos nada. Yo sabía positivamente que mamá guardaba muy celosamente sus pertenencias. Nosotras muertas de miedo al percibir que estaba muy nervioso en el instante que revisaba el placard y luego la cómoda. Acarició a Juancho varias veces y el perro lo seguía, Perro zonzo, pensé, ¡no servís para nada! Se acercó y me dijo casi al oído:

-¡Apurate, piba, dale, no pierdas el tiempo, dale… Vos, seguro que sabés en que lugar está el dinero, pienso que tu mamá te lo dijo, ¿no?

-¡No, no, señor!…Mi mamá tiene ochenta años. Ayer la llevó mi hermano para que disfrute el fin de semana en su casa. Ella es muy desconfiada. Guarda que te guarda y no sabemos el lugar… ¡Se lo juro!

Sostuve su mirada que recorría toda mi figura. Observé sus ojos por los dos agujeros del pasamontañas. Eran negros, de mirada profunda. Sentí un cosquilleo por todo el cuerpo. Después, a Victoria la hizo sentar en la escalera y le ató las muñecas en la baranda; quedó ubicada de espalda a nosotros dos y la escuché sollozante decir, Agustina, Agustina… En unos segundos, el hombre, tranquilamente ingresó a la habitación, tomó mi cara entre sus manos y me besó apasionadamente, mientras, me susurraba:

-¡Me gustas… Agustina, me gustas! Sos hermosa. Apresurado sacó un bolígrafo de su saco y anotó un número de teléfono en la palma de mi mano. Sus brazos nuevamente tomaron mi cuerpo y al roce de nuestras manos percibí su ternura. De golpe le escuché decir muy suavemente:

-¡No, no!...Y con delicadeza me apartó de él.

Como el perro ladró fuerte lo llevó hasta la escalera donde estaba sentada mi amiga.¡ Me sonreí cuando descubrí que el arma era de juguete! Respiré tranquila, pero no dije nada, ni una sola palabra. Caminamos abrazados hasta la biblioteca. Con dedos temblorosos acarició mi rostro y me sentí hechizada. Victoria lloraba, él se acercó y la tranquilizó. Yo temblaba, pero ya no sentía miedo. Cuando decidió irse me abrazó fuerte, muy fuerte .Escuché el chirrido que hizo la puerta al ser abierta para salir él. Lo observé desde la ventana del living y embriagada de pasión. apenas pude conciliar el sueño y vislumbré el amanecer añorando sus besos. Victoria se había quedado profundamente dormida y la desperté para que tomara el desayuno. Me miraba pero no se atrevía a pronunciar palabras hasta que resuelta le dije:

-¿Alguna pregunta o comentario?

-Y…Sí… Tuve miedo por vos…!Estaba segura, segura que te violaría!…

Rápida y asombrada por su comentario le respondí acalorada:

-Victoria, te pido por favor que me escuches, es la primera vez que me besan…

- ¿Cómo? ¡ No lo puedo creer!… Comentó dudosa.

Entonces me acomodé en una silla para tomar fuerzas, y sin dejar de observarla y saber de sus reacciones le hablé de mi infancia en un campo de la provincia de Buenos Aires, en Trenque Lauquen. De familia pudiente y de colegios religiosos famosos con salida solo una vez por mes; internada, por la distancia, asistía a reuniones con compañeras de estudios, de familias austeras; así fue mi adolescencia, hasta que me independicé al quedarme a vivir con mamá ya que mis padres se habían divorciado no hacía mucho tiempo.

Victoria a media mañana se fue y al despedirse advertí en ella una mirada llena de intriga maliciosa. Esto me molestó, pero a través del tiempo lo que nunca supo es que el hombre que me llevaría al altar y hoy me sirve el desayuno en la cama y me acompaña con devoción y amor compartiendo nuestras vidas, es el mismo de ese día tan especial vivido por las dos en una noche muy fría de invierno.

Con los años y rememorando ese episodio, mi amiga me comentó con picardía que:

-A pesar del pasamontañas me asombraron sus ojos negros, parecían dos carbones encendidos. Además era un hombre suave.¿ Raro, no?... ¿En un ladrón? ¿No?...

-Y…Sí, le respondí, a mi me dio la misma impresión, sobre todo al sentir su rostro cerca del mío, y sus labios temblorosos. Largó mi amiga una poderosa carcajada y en tanto ella reía yo miraba impaciente mi reloj de pulsera pensando en la hora que mi esposo Mauricio cerraría su negocio de artículos para computación y me pasaría a buscar.

El tenía “su historia” que empezó y finalizó justo el día que recibí su primer beso. Lo veo dormir en la penumbra de nuestro dormitorio y acaricio sus párpados con la misma fascinación del momento que lo conocí.


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