(Azinhaga, Santarém, Portugal, 16 de noviembre de 1922 - Tías, Lanzarote, Islas Canarias, España, 18 de junio de 2010)
[...] Fernando Pessoa subió la escalera con precaución, llamó a la puerta de la manera acordada, no nos sorprenda tanta prudencia, pensemos qué escándalo si un tropezón violento hiciera que una vecina se asomara al descansillo, gritando, Socorro, un ladrón, pobre Fernando Pessoa, ladrón él, a quien nada queda, ni vida siquiera. Ricardo Reis estaba en el despacho intentando componer unos versos, había escrito, No vemos a las parcas acabarnos, olvidémoslas, pues, como si no existieran, en el silencio de la casa se oyó golpear discretamente a la puerta, supo en seguida quién era, fue a abrir, Dichosos los ojos que le ven, dónde se había metido, las palabras, realmente, son el diablo, éstas de Ricardo Reis sólo serían propias de una charla entre vivo y vivo, en este caso parecen expresión de un humor macabro, de atroz mal gusto, Dónde se había metido, cuando él sabe, y nosotros también, de dónde viene Fernando Pessoa, de aquella rústica casilla de Prazeres donde ni siquiera está solo, también vive allí la feroz abuela Dionisia, que le toma cuenta por menudo de entradas y salidas, Anduve por ahí, suele responderle el nieto, secamente, como responde ahora a Ricardo Reis, pero sin la menor sequedad, éstas son las mejores palabras, las que nada dicen. Fernando Pessoa se sentó en la butaca con movimiento fatigado, se llevó la mano a la frente como intentando calmar un dolor o apartar una nube, luego los dedos descendieron recorriendo el rostro, errando indecisos sobre los ojos, distendiendo las comisuras de la boca, bajando las puntas del bigote, tanteando la barbilla flaca, gestos que parecen querer recomponer sus facciones, restituirlas a sus lugares de nacimiento, rehace el dibujo, pero el artista ha cogido la goma en vez del lápiz, por donde pasó lo dejó todo borrado, un lado de la cara perdió el contorno, es natural, lleva ya seis meses muerto. Lo veo cada vez menos, se quejó Ricardo Reis, Ya se lo dije el primer día, con el paso del tiempo me voy olvidando, aun ahora, ahí, en Calhariz, tuve que hace un esfuerzo para encontrar el camino de su casa, No es difícil, bastaba con acordarse de Adamastor, Si pensara en Adamastor, más confuso quedaría, empezaría a pensar que estaba en Durban, que tenía ocho años, y entonces me sentiría dos veces perdido, en el espacio y en la hora, en el tiempo y en el lugar, Venga más veces, será la manera de mantener fresco el recuerdo, Hoy lo que me ayudó fue un rastro de cebolla, Un rastro de cebolla, Realmente, un rastro de cebolla, su amigo Víctor parece que no se ha cansado aún de vigilarlo, Pero eso es absurdo, Usted sabrá, La policía debe de tener poco que hacer para perder el tiempo así con quien no tiene culpas ni se dispone a tenerlas, Es difícil imaginar lo que ocurre en el alma de un policía, probablemente le causó usted buena impresión, le gustaría ser su amigo, pero comprende que viven en mundo diferentes, usted en el de los elegidos, él en el de los réprobos, por eso se contenta con pasar las horas muertas mirando a su ventana, a ver si hay luz, como un enamorado, Ríase si le place, No puede imaginarse lo triste que hay que estar para reírse así, Lo que me irrita es la vigilancia que nada justifica, Que nada justifica es una manera de decir demasiado expedita, no creo que usted encuentre normal que le visite una persona que viene del más allá, A usted no lo pueden ver, De acuerdo, querido Reis, de acuerdo, hay ocasiones en las que un muerto no tiene paciencia para volverse invisible, otras es energía lo que le falta, sin contar con que hay ojos de vivos capaces de ver hasta lo que no se ve, No será ese el caso de Víctor, Quizá, aunque admitirá usted que no se podría conceder don y virtud mayor a un policía, a su lado hasta Argos de los mil ojos sería un infeliz miope. Ricardo Reis cogió la hoja de papel en que había estado escribiendo, Tengo aquí unos versos, no sé que voy a sacar de ellos, Lea, lea, Es sólo el principio, o quizá lo empiece de otro modo, Lea, No vemos a las parcas acabarnos, olvidémoslas, pues, como si no existieran, [...] Reis, sus odas son, por así decirlo, una poetización del orden, Nunca las vi yo de esa manera, Pues son así, la agitación de los hombres es siempre vana, los dioses son sabios e indiferentes, viven y se extinguen en el mismo orden que crearon, y todo lo demás es paño de la misma pieza, por encima de los dioses está el destino, El destino es el orden supremo, orden al que los dioses aspiran, Y los hombres, cuál es el papel de los hombres, Perturbar el orden, corregir el destino, Para mejorarlo, Para mejorarlo o para empeorarlo, es igual, lo que hay que hacer es impedir que el destino sea destino, Me recuerda usted a Lidia, también habla muchas veces del destino, pero dice otras cosas, Del destino, desgraciadamente, se puede decir todo, Estábamos hablando de Ferro, Ferro es tonto, está convencido de que Salazar es el destino portugués, El mesías, Ni siquiera eso, el párroco que nos bautiza, nos confirma, que nos casa y nos da la extremaunción, En nombre del orden, Exactamente, en nombre del orden, Por lo que recuerdo, usted, en vida, era menos subversivo, Cuando uno llega a muerto ve la vida de otra manera, y, con esta decisiva e incontrovertible frase, me despido, incontrovertible digo porque, estando usted vivo, nada puede oponer, Por qué no pasa aquí la noche, ya se lo dije el otro día, No es bueno para los muertos habituarse a vivir con los vivos, y tampoco sería bueno para los vivos atollarse de muertos, La humanidad se compone de unos y otros, Es verdad, pero si así fuera de manera tan completa, usted no me tendría aquí a mí solo, tendría también al juez de casación y al resto de la familia, Y cómo sabe usted que aquí vivió un juez de casación, no recuerdo habérselo dicho, Fue Víctor, Qué Víctor, el mío, No, uno que ya murió, pero que tiene también la costumbre de meterse en la vida de los otros, ni la muerte lo curó de esa manía, Huele a cebolla, Huele, pero poco, va perdiendo el hedor a medida que pasa el tiempo, Adiós, Fernando, Adiós, Ricardo.
El año de la muerte de Ricardo Reis, O Ano da Morte de Ricardo Reis, Buenos Aires, Suma de Letras, 2003, traducción de Basilio Losada.
1 comentario:
Com o desaparecimento de José Saramago, todos ficámos mais pobres.
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