lunes, 15 de septiembre de 2008

Había una vez...

“HABÍA UNA VEZ, HABÍA NUNCA” de Lucila Févola (Botella al Mar, Buenos Aires, 2008, 142 pág.)

UN FOCO AQUÍ, POR FAVOR

Sí, exactamente sobre esta línea, que es la de esta cara.
Cara que no expresa nada, ojos que no parpadean, mentón ni flojo ni rígido, juguemos a las estatuas, ¿cuál es la mejor pose?, mientras el lobo no está.
Cuerpo sereno, manos reposando sobre el vientre. Texto sin fisuras.
Nada que leer. A medida que se escribe, se borra: duro aprendizaje.
Ahora, líneas abajo, el foco, por favor, recorra lentamente este cuerpo hasta las puntas de los lustrados zapatos.

“Eras una beba distraída”, decía la madre, decía el padre. Ellos hacían mucho ruido, sonajeros, matracas, tamborcitos, “chica distraída”. Fuiste creciendo y siempre parecías estar en otra parte”. Chica lejana. “Te llevábamos de paseo a distintos juegos, con otros chicos; nos divertíamos tanto y vos, con la mirada perdida, mirando no sabemos qué”. ¡Te hacíamos morisquetas, te decíamos cuánto te amábamos y vos siempre en otra parte”. Chica distraída: ¿cuál es la mejor pose? “¿Ves las fotografías? En ninguna mirás a la cámara”.

“Novia distraída y esposa distraída”, dice el marido. “Madre distraída”, dicen los hijos. Siempre mirando a otra parte. ¿Cuál? Ojalá hubiera otra parte. Mujer distraída siempre mirando a ninguna parte.
Más aun; ella resistirá: desde los lustrados zapatos. El foco, por favor, ascienda ahora lentamente por las piernas cruzadas, caderas quietas, pechos quietos, ni latidos, cuello inmóvil, no tragar saliva, lograr que se amontone en la boca, labios secos, rasgos imperturbables, ojos que no van, no, no, a parpadear. Ida y vuelta, ya nada que leer, ya nada que borrar.
Cuerpo lo suficientemente escrito, lo suficientemente leído, lo suficientemente corregido. Cuerpo sin cuerpo. Con el que al fin no puede ya ningún resplandor, ni, tampoco, ninguna oscuridad. Cuerpo que dura, dura dureza, sin cuerpo, sin nuevo aprendizaje, sin lastre ya, al aire, aire, aire al aire, a su prolija desaparición.
Aquí, esta pose mientras dure dura, ¿la de quién?

Fuera, foco, fuera, tengo que respirar, tengo que relajarme. Algo se obstina.
Fuera de foco. Línea de fuga. Ni siquiera misterio.
Creo que nunca hubo verdadero resplandor ni oscuridad verdadera, porque esta mujer siempre estuvo en ninguna parte.
Duro aprendizaje. Respirar ahora, muy profundo, aire, aire, aire al aire, algo se obstina, aflojar las contracturas, estirar las piernas, tal vez sacarse los zapatos.

Pose de esposa interesada: no le salió muy bien.
De madre devota: tampoco.
Fuera, fuera de foco, duro aprendizaje y se supone que se nace sabiendo.

¿Qué parte es ninguna parte?
No pretender estar en la parte que se debe, pero, al menos, en alguna.
¿Cuál?
¿Cuántas?

¿Y quién decretó que hay que estar en alguna parte?
¿Y quién decretó que hay que estar en la que se debe?
¿Se debe?
Fuera, foco, fuera. Nada en qué profundizar.
Duro aprendizaje. Se ha mirado largamente en todos los espejos: no hubo reconocimiento alguno.
Fue su turno de las morisquetas. Hasta el agotamiento.
Observó atentamente las de los otros, tan cambiantes: en este momento te amo; en este momento no.
Creo que, realmente (¿qué significa “realmente”?), no logró amar a nadie, “chica distraída”, incluida ella misma, a nadie, pero, tampoco, ni siquiera, odió. ¿Cuál es la mejor pose?

Chica distraída. Mujer distraída. ¿Lobo está?

El tiempo pasa. (O, mejor, como somos tiempo, pasamos: todo en orden.)
Amor: cada uno a su manera. Palabra grave “amor”. Aguda, pero grave. Cada uno, a su manera. Se puede hacer cualquier cosa por “amor”. (¿Cuanta más sombra, más “amor”? ¿Todo el tiempo?)
El tiempo pasa. (Pasamos.) Sí, Ella ni siquiera se amó: ¿a quién? Y ¿qué es eso?, lobo está.

Nunca se vuelve de ninguna parte.

Pasamos. Todo en orden. Duro aprendizaje. Ya respira “normalmente” (algo respira ya normalmente). Ya algo estiró las piernas lo bastante. Ya algo se descontracturó y debe apurarse, seguir la partitura general. Tengo miedo. ¿Cuál es la mejor pose? Todo ajeno. Tengo miedo. Ellos hacían morisquetas. Mucho, mucho miedo.

Nunca se vuelve de ninguna parte.

Un foco aquí, por favor, exactamente sobre esta línea, que es la de esta otra cara.
Cejas expresivas, sonrisa rojo abarcador, parpadeo voraz, maquillaje desafiante, cuidadoso. Ojos luminosos que miran y no ven. (“Ojos que no ven, corazón que no siente”.) Cuerpo vibrante, sin descanso, manos, sin descanso, saltarinas hacia la breve (pero plena) cintura. Vaivenes minuciosos.
Ahora, foco, líneas abajo. ¿Cuál es la mejor pose?
El foco, por favor, recorra lentamente este cuerpo escrito, borrado, corregido, hasta la punta de los zapatos de la fiesta.
Aquí, esta pose mientras dure dura, ¿la de quién?
Y así hasta la siguiente, y así, y así. (Tengo miedo.)

Esta mujer ha ido transformándose. Nada que leer. A medida que se escribe, se borra: duro aprendizaje.

(Elegir cuidadosa, minuciosamente los cuerpos, porque luego ellos irán eligiendo la mejor pose, la que corresponde. Infinitos cuerpos para el llamado “amor”. Infinitos cuerpos para lo “humano”.)

Fuera, foco, fuera, tengo que respirar, tengo que relajarme. No hay nadie allí, pero algo se obstina.
Por favor, foco, aire, aire, aire al aire.

Fuera de foco, fuera de todo, línea de fuga.
Apagón.


En el prólogo, José Bravo dice: "Es éste un libro en el cual el ser está confirmado por sus afectos: la angustia ante el hecho de necesitar escribirse, desescribirse, corregirse, volver a escribirse, (intentarlo), tacharse, borrarse, tal como si fuera un texto que es tejido y entretejido, conflictuándose en términos de moral, porque el resultado no lo mide por lo residual de los hechos sino por lo creativo de la conciencia o la responsabilidad del existir: escribirnos y leernos en el tejido del mundo, que es quedar, cada vez, escritos y leídos."


Y la escritora María Adela Renard sostiene: "Lucila Févola busca e interroga en incesante vaivén de giro circular, el campo indiviso de realidad-irrealidad inmerso en un espacio temporal pleno de misterio, que resiste toda intención mensurable."

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