miércoles, 31 de mayo de 2017

Eduardo Dalter

Eduardo Dalter en Londres (2013)

DESTINOS 
(Casi una poética)


                      Tu destino te sorprenderá
cada momento
                                                           WILLIAM BLAKE

Desde qué orilla abrir, cerrar 
        los ojos; 
desde cuál punto de qué orilla. 
        Cada orilla, 
cada punto de orilla adelanta, 
        en su cielo 
y horizonte, una respuesta 
        diferente 
que supone cada palabra que 
        se imagine 
o que se diga. Todo camino 
        comienza 
a abrirse según donde decida 
        afirmar 
uno los pies y hacia dónde 
        apunte 
uno su historia y su mirada. 
        Uno eligió 
–o eligió por uno el fuerte 
        viento–
cada segundo, cada 
        rumbo, 
cada sendero ahondado o 
        vasto 
y nada puede salvarse en 
        un cruce 
ni en un momento solo que 
        se abra. 
La suerte, o mala suerte, 
        siempre 
estuvo despierta y estuvo 
        echada 
como una apacible leona  
        al pie del árbol. 

De 7 Poemas (2006) del poeta argentino Eduardo Dalter

Publicado en la Revista "Crear en Salamanca"


sábado, 6 de mayo de 2017

GUERNICA




El "Guernica" de Picasso




A 80 años del genocidio de Guernica




Por Rodolfo Alonso *

A metros de la Casa Rosada, junto a la estatua de Juan de Garay, Buenos Aires ostenta desde 1919 un retoño del más que secular Árbol de Guernica, emblema sagrado de las libertades vascas. Anterior incluso a la existencia de España como estado nación, a partir de Isabel y Fernando los reyes acostumbraban jurar bajo su sombra venerable respetar los fueros de Euzkadi.
Acentuando su fuerte simbolismo, ese magnífico Roble sobrevivió, en medio de un hito legendario, la guerra civil española (1936-1939), a otro hecho de trágica resonancia. El 26 de abril de 1937 la vieja villa de Guernica fue literalmente reducida a polvo, junto con buena parte de su población, por los flamantes aviones nazis de la Legión Cóndor.
El 18 de julio de 1936, militares conducidos por Francisco Franco se sublevan contra la legítima República española. Controlados y muchas veces vencidos por el pueblo en armas, los milicianos recuperaron en Madrid su principal reducto, el Cuartel de la Montaña. Así comenzó la última guerra de hombres, y la primera contra el fascismo. Contra los fascismos, que reaccionaron de inmediato.
Del principio al fin, Hitler y Mussolini cooperaron con la rebelión enviando sus mejores tropas y modernos adelantos bélicos, decisivos para la victoria franquista. Goering probó allí su naciente Luftwafe, y más de 700 pilotos alemanes cuidadosamente elegidos volaron para Franco. Ensayaron bombardeo de ciudades, blitzkrieg o guerra relámpago, terror sobre poblaciones civiles, ataques aéreos en picada y táctica de apoyo directo a las tropas de tierra. Sin olvidar los tristemente célebres tanques Panzer I.
Esas crueles experiencias fueron invalorables, al estallar casi de inmediato la segundo guerra mundial (1939-1945), para los primeros éxitos nazis en toda Europa. La misma Europa que abandonó a los republicanos españoles. Que sólo contaron con la ayuda, sobre todo inicial, de la URSS y el apoyo permanente del México de Lázaro Cárdenas, sin olvidar las heroicas e indomables Brigadas Internacionales.
El 23 de abril de 1937, el jefe de la Legión Cóndor, Wolfram von Richthofen, primo del famoso as de la aviación alemana en la primera guerra, anota en su diario: “¿Qué se puede hacer? La Legión Cóndor se retira. No se puede dirigir a una infantería incapaz de atacar posiciones débiles.” Y al día siguiente: “¿Conseguiremos destruir Bilbao?”
El 26 de abril, a las 14:30 la campana mayor de Guernica repicó alertando sobre un ataque aéreo. Era día de mercado. Se corrió a los sótanos. Un solitario bombardero Heinkel 111 de la Legión Cóndor arrojó su carga letal en el centro y desapareció. La gente dejó sus refugios para socorrer heridos. Quince minutos después, la escuadrilla completa de la élite aérea nazi sobrevuela Guernica. Cierto número de cazas italianos Fiat CR-32 y Fiat-Ansaldo participaron también. Hubo una estampida para huir al campo, pero cazas Heinkel 51 ametrallaron sin piedad hombres, mujeres, niños. Sin embargo, faltaba lo peor.
A las 17,15 cuarenta bombarderos Junker 52 arrasan minuciosamente la ciudad, en pasadas de 20 minutos durante dos horas y media. Arrojaron desde bombas medianas o pequeñas hasta de 250 kg, antipersonales e incendiarias. Los testigos describen escenas apocalípticas. Familias enterradas por los escombros de sus casas o aplastadas en refugios. Vacas y ovejas ardiendo por el fósforo blanco, enloquecidas hasta morir entre ruinas en llamas. Salvo la Casa de Juntas y el Roble milenario, no alcanzados por hallarse fuera del corredor aéreo que los pilotos alemanes siguieron disciplinadamente, Guernica era una pira de fuego, humo y terror.
El gobierno vasco sostuvo que un tercio de la población (1645 muertos y 889 heridos) sufrió en carne propia el bombardeo. Al día siguiente, 27 de abril, la prensa británica anuncia la destrucción de Guernica, y el 28 tanto el Times como The New York Times publican el célebre artículo de George L. Steer. La indignación mundial es inmensa e inmediata. El 29 de abril el cuartel general de Franco emite un comunicado, donde intenta adjudicar la responsabilidad a “las hordas rojas al servicio del perverso criminal Aguirre”, presidente de Euzkadi.
La mayoría de los vascos eran católicos y moderados o conservadores. Se unieron al Frente Popular en defensa de sus fueros seculares. A diferencia de la Iglesia española, que apoyó vivamente la “Cruzada”, fueron acompañados por sus sacerdotes. Yo mismo recuerdo una foto en la cárcel franquista, donde cien curas vascos rodean al dirigente socialista Julián Besteiro.
Sólo tras morir Franco (1975), como exigió su autor, el cuadro más renombrado de Picasso, pintado frenéticamente entre mayo y junio de 1937, pudo exhibirse en España. Quizá no todos quienes acuden al Museo Reina Sofía saben, hoy, a qué alude su sobrio título: “Guernica”. Durante la ocupación de Francia, al preguntarle ante la misma obra un oficial nazi: “¿Usted hizo esto?”, Picasso contestó simplemente: “No, esto lo hicieron ustedes.”
Como prueba, baste lo declarado por Goering en el juicio de Nuremberg (1945-1946) a criminales de guerra nazis: “Cuando estalló en España la guerra civil, Franco pidió auxilio a Alemania, y en especial apoyo aéreo. El Führer vacilaba, y yo le aconsejé con energía que bajo cualquier circunstancia otorgase ese apoyo: en primer lugar, para impedir la extensión del comunismo en esa zona, pero también para poner a prueba mis nacientes Fuerzas Aéreas en una serie de detalles técnicos. Con autorización del Führer envié gran parte de nuestra flota de transporte y numerosos cazas y bombarderos, así como cañones antiaéreos. Pude comprobar en condiciones de combate si el material era eficiente. Para que el personal adquiriese además experiencia práctica organicé una rotación continua mandando constantemente unidades nuevas y repatriando las anteriores.”
Esa fría pero precisa enumeración, de por sí escalofriante, se hace estremecedora si la contraponemos con las imágenes concretas y a la vez inimaginables del horroroso genocidio sufrido por Guernica. Nadie lo rozó tan hondamente como un íntimo amigo de Picasso, el gran poeta francés Paul Eluard, en su indeleble poema “La victoria de Guernica”: “Os han hecho pagar el pan / El cielo la tierra el agua el sueño / Y la miseria / De vuestra vida ///  Las mujeres los niños tienen igual tesoro / En los ojos / Todos muestran su sangre // El miedo y el coraje de vivir y de morir / La muerte tan difícil y tan fácil // Parias la muerte la tierra y la fealdad / De nuestros enemigos tienen el color / Monótono de nuestra noche / Daremos cuenta de ellos.”

* Poeta, traductor, ensayista.

Alberto Luis Ponzo

12 de junio 1916 - 2 de mayo 2017




Alberto Luis Ponzo


LUGARES COMUNES

En los coches de las estaciones
en los negocios  
dentro de los libros de tapas miserables
o en el aire que los quema


En las leyes abandonadas 
en los días secuestrados al tiempo 
en los cuerpos desnudos
en todo lo que se entiende para morir 
en las palabras


Fuera del lugar común de la sangre 
en el viejo reloj
en la cuerda que se da a los muñecos


En todas partes  
y en ninguna
en el vidrio golpeado por la lluvia 
donde hay sombras que mueren


Sobre todo donde hay que vivir 
con un ojo cerrado y otro abierto   
con la mesa vacía de los otros 
con el peso de todos en la única balanza

Si tengo que estar en algún sitio 
si donde estoy hay algo 
si hay alguna manera de que las cosas sean 
como las nombramos  
estos son los lugares que propongo 
los lugares comunes.



Del libro "A puertas abiertas" (1969)