domingo, 1 de mayo de 2022

sábado, 21 de noviembre de 2020

lunes, 12 de octubre de 2020

Luis Benítez en la Feria Internacional de Frankfurt 2020

POESIA LATINOAMERICANA EN FERIA DEL LIBRO DE FRANKFURT 2020 Estimados colegas y amigos: Como parte del programa oficial de la Feria del Libro de Frankfurt, tendrá lugar el 15 de octubre próximo una mesa de poesía latinoamericana en la que leeremos nuestros trabajos poetas de varios países de la región. La cita es a las 20, hora de Frankfurt, lo que equivale a las 15 horas en Buenos Aires y el Zoom tendrá capacidad para 90 espectadores. Cinosargo, la entidad organizadora, subirá luego toda la velada a su Facebook. Cordialmente, Luis Benítez

domingo, 23 de agosto de 2020

Reseña sobre “Los amantes de Asunción” de L. E. Benítez





“Los amantes de Asunción” 1ª ed., San Martín, Vestales, 2019. 528 pp.

 

Yo estaba dormida cuando Usted se retiró de mi casa paterna, Alguien afirmó
Que era Usted una de las mentes más brillantes que había dado el país. Por aquel tiempo parecía impensable que alguna vez yo fuera a convertirme en su Aurelia.
Usted, para ese entonces, ya era Sarmiento.

Palabras que el autor pone en labios (o en el pensamiento) de Aurelia Vélez Sarfield cuando, muchos años después, ella recuerda  el momento en que por primera vez se vieron: ella tenía unos nueve años, él tocaba la treintena.
La novela se divide en tres partes: “Lo que vendrá”, “Recuerda, Aurelia, recuerda” y “En alta mar”, partes que a su vez se fragmentan en sesenta y siete capítulos consecutivos.  Al eje de los personajes principales se concadenan otras dos líneas argumentales. La presencia de un periodista estadounidense, Harry Howard, enviado por su suegro a Asunción del Paraguay para entrevistar a Sarmiento y escribir su biografía, “que a nadie le interesará”, según el propio Howard. Por otro lado, el destino de una familia argentina radicada en Asunción, integrada por el padre, sus dos hijos, y un ayudante mestizo. El hombre, ex combatiente en la guerra de la Triple Alianza (Brasil, Uruguay y Argentina contra Paraguay) aún espera que el actual presidente de Argentina, Juárez Celman, le restituya su cargo militar y le otorgue una pensión, porque hasta ese momento la espera ha sido vana. Vemos que el autor se vale de personajes y de hechos reales, como en el caso de Sarmiento, además de adoptar el biografismo ficcionalizado y personajes auténticamente ficticios.
Ficción y realidad se entrelazan en esta obra muy bien documentada, un gran trabajo de L. E. Benítez que, mediante un lenguaje transparente y fluido y siempre equilibrado, hace placentera su lectura y mantiene constante la atención del lector.
Pienso que se trata de una novela de amor a través del cual, por el rol destacado de los protagonistas, desfila toda la historia argentina de la época y la época misma.
Ahora Sarmiento está al borde de la muerte pero al no poder Aurelia afrontar esta situación decide viajar a Europa. Ella no deja de pensar en su amado Mingo y esos pensamientos componen una verdadera biografía de ambos... Paría, Ginebra, Roma, en todos los sitios, porque para el amor todos los sitios son un solo sitio, está “su” Mingo acompañándola.
Aurelia, la hija de Dalmacio Vélez Sarfield, redactor del Código Civil; Aurelia, una mujer singular que se rebeló contra todos los prejuicios de la época, desde su casamiento con un primo que terminó en separación y escándalo, hasta su relación amorosa con Sarmiento (un hombre casado que vio en ella “una brillante inteligencia”, “una destacada belleza”), Sarmiento, el exiliado en Chile por oponerse a Rosas, el consejal por la provincia de Buenos Aires, el senador de la Nación, el embajador, el Presidente de la Argentina, el “Loco”, como lo llamaban.
Si bien la relación entre ambos era un secreto a voces, Benítez no entreabre puertas y tanto en el barrio del Tambor como en la casita de la isla del Delta donde tenían lugar sus “encuentros” íntimos, el autor con sabiduría tiende un manto translúcido sobre los amantes, donde ya no vemos imágenes sino escuchamos voces entrecortadas: “Mingo, Mingo mío... mi Aurelia”, logrando uno de los picos sobresalientes de su novela.
Esta obra nos transporta a otra época (siglo XIX) donde detectamos conflictos, peleas por el poder, divisiones internas, no tan diferentes a las que periódicamente sufre nuestra patria. Cito: “Antes realistas versus independentistas, padres contra hijos,... Después unitarios contra federales, y federales tibios también contra federales enragés. Luego los de la Confederación contra los porteños... alsinistas contra mitristas, mitristas contra roquistas, mitristas y roquistas contra juaristas...”

 Y acá me detengo. Me pregunto y les pregunto:
_Señores ¿hasta cuándo?

 Llevándonos atrás en el tiempo,  Benítez en esta novela nos hace reflexionar sobre el futuro.¡Reflexionemos!

 Cristina Berbari, agosto 2020.




 

sábado, 8 de agosto de 2020

LOS AMORES DE LA REINA MARGOT

                    

 LOS AMORES DE LA REINA MARGOT

    Matilde está sentada a la mesa de un café de Corrientes y Riobamba, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Absorta en la lectura, da los últimos toques al trabajo que debe entregar en la clase de historia francesa que cursa en el Instituto. No escucha el ruido del tránsito por la avenida que a esta hora es tumultuoso, ni el parloteo en las mesas vecinas, ni el tango que suena en el local. Sin embargo, de pronto se percata de dos versos de esa canción: 

             ¡ ...  Si hasta el nombre te han cambiado como has cambiado de suerte:    
             ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot!  

    Deja de leer. Sí, no hay duda, se dice, es el tango “Margot”, con letra de Celedonio Flores y música de Carlos Gardel y de otro compositor cuyo nombre no recuerda. Y exclama en voz alta: —¡Qué casualidad!  ¿O será tal vez una “sincronicidad”, como llama Jung a esas coincidencias que ella también suele tener frecuentemente? Desde hace un par de semanas está repitiendo ese nombre día y noche al preparar su trabajo sobre el tema “Los amores de la Reina Margot”, y ahora lo escucha en este tango.
    Para encarar el texto se había documentado a fondo. Devoró la larguísima novela de Alejando Dumas, que precisamente consiguió por azar en una librería de usados de esa misma cuadra. También leyó “Rojo y negro”, la estupenda novela de Stendhal que introduce la trama como una historia dentro de otra historia. Y más, reproducida en video vio la película dirigida en 1994 por el francés Patrice Chéreau, donde Isabelle Adjani interpreta a la sensual Reina. 
    Y a su oído vuelven a resonar los versos:

             ¡ ...  Si hasta el nombre te han cambiado como has cambiado de suerte:    
             ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot!  

    E inmediatamente piensa que, de haberlos conocido, el propio Enrique IV, Rey de Francia y de Navarra, al separarse de su mujer, con cierta nostalgia y con tono sensiblemente gardeliano los hubiera cantado. Y recordando la imagen del rostro del rey, Matilde no puede disimular una sonrisita.
    Tal vez necesitaré ajustar el texto, se dice, y repuesta del asombro vuelve a la lectura:
    “El 18 de agosto de 1572, la princesa católica Margarita de Valois, joven voluptuosa que según Brantôme representaba un “modelo perfecto de belleza”, se unió en matrimonio, no sin objeciones, al protestante y poco atractivo Enrique de Borbón, Rey de Navarra. 
    A Margarita la llamaban “Reina de los Corazones”, porque los bolsillos interiores de su miriñaque guardaban cofres de oro con estas vísceras embalsamadas de sus “fieles amigos”, según lo atestiguara Tallemant des Réaux en sus Historias. No obstante, a pesar de las apariencias, el corazón de la princesa se mantuvo fiel a un solo hombre.
    A diferencia de Enrique, con su permanente tufo a sudor y ajo, Margarita tenía el hábito de estar pulcra y perfumada, pues su madre, la florentina Catalina de Médicis, había impuesto esa moda en Francia. A esta costumbre, la joven añadía  la de apuntar, con esmerada caligrafía, en un cuaderno de tafilete azul con incrustaciones de plata y marfil, el nombre de sus amantes: 

    Enrique, Duque de Anjou, su hermano. 
    François, Duque de Alençon, su hermano menor.
    Enrique, tercer Duque de Guisa. 
    Jean-Baptiste,  músico de la corte. 
    Émile,  artista pintor
    (y ¿por qué no?) Charlotte, dama de compañía. 

    En cuanto a Enrique de Navarra, traía al matrimonio sus vitales diecinueve años y la angustia de saber que su madre Juana de Albret había sido asesinada mediante las malas artes de Catalina.
    Diversas denominaciones se le dio a ese enlace: los jesuitas lo llamaron “unión execrable”, porque no se esperó la dispensa papal necesaria, tanto por la diferencia de religión como por el parentesco de los esposos: ambos eran bisnietos de Carlos de Orleáns, conde de Angulema; Margarita lo era por la rama paterna, Enrique, por la materna. 
    Se la designó además “ceremonia sacrílega”, ya que si bien era costumbre casar a las princesas francesas sobre un estrado en las puertas de la Catedral de Notre-Dame, en este caso, la ceremonia tuvo lugar allí para evitar la misa de esponsales; además la pareja fue bendecida por el cardenal Carlos de Borbón, en su carácter de tío del novio y no como sacerdote. 
    Se la calificó como “Boda de conciliación”, al haberse buscado con este matrimonio un entendimiento entre católicos y  protestantes.
    Y por último, “Bodas rojas” por la sangre que corrió una semana después de la ceremonia, el 24 de agosto, enrojeciendo las oscuras zanjas de París en la Noche de San Bartolomé. 
    Gritos, sangre y muerte fueron los protagonistas de aquel día en que se conmemoraba el martirio del Santo. ¿Esa fecha había sido elegida por los fanáticos católicos para llevar a cabo la masacre como una venganza a través de los siglos? ¿Fue casual la elección?     
    Lo cierto es que esa noche por las calles de París se vio lo nunca visto: miles de sombras huyendo y muchas otras persiguiéndolas sedientas de sangre. Miles de cadáveres se encontraron diseminados por todas partes. Hasta en los corredores del palacio del Louvre. A la alcoba de Margarita, sorpresivamente había llegado un caballero hugonote gravemente herido, quien momentos antes se había jurado a sí mismo que si sobrevivía a la matanza se convertiría al catolicismo: el conde Joseph Boniface De la Mole, el agraciado mancebo que nunca se iría del corazón de la Reina de Navarra. 
    Ambos se atraían como imanes.
    —¡Extraordinariamente dotado!— suspiraba la experta joven refiriéndose a los atributos que ostentaba el amado.  
    Cierto día el amante presagió: “Margarita, juradme ante la imagen de Dios que aquí mismo me salvó, que si muero por vos, tal como me lo anuncia un sombrío presentimiento, conservaréis esta cabeza, que el verdugo habrá separado del tronco para apoyar en ella vuestros labios.”
    Lúgubre, desesperada predicción. 

    Tras haber manipulado con la yema humedecida en su propia saliva las hojas envenenadas de un tratado sobre la cría de halcones, el joven rey Carlos IX estaba próximo a morir. Para hacerse del poder vacante, Enrique de Navarra y François de Alençon tramaron una conspiración. Al fracasar ésta, fueron encerrados. Dos de los conjurados intentaron liberarlos, sin éxito. Uno resultó ser De la Mole, a quien se lo acusó de atentar, mediante brujerías, contra el rey Carlos, al habérsele encontrado entre sus pertenencias una figurita de cera atravesada por una aguja en el lugar del corazón que presuntamente representaba al soberano. En realidad, la figura era la de su hermana, la reina Margarita. Se trataba de un hechizo de amor que el joven Boniface había encargado a un adivino. El otro conjurado era el hidalgo piamontés Aníbal Coconnas, íntimo amigo de De la Mole, a quien se le acusó por la misma razón. Con estos cargos y con el visto bueno de Catalina de Medicis, el último día de abril de 1574, ambos jóvenes fueron decapitados por el verdugo en la plaza de San Juan de la Grève. La Reina Margarita de Navarra o Reina Margot, y su amiga la duquesa de Nevers, le compraron aquellas cabezas al verdugo. 
    Cubierta con una capa y embozada, la joven reina abandonó el palacio para dirigirse a la cueva húmeda y fétida donde yacían los restos de su amante. “Con sus manos deslumbrantes de alhajas, levantó suavemente la cabeza que tanto había amado” y, tal como lo había jurado, besó los labios inertes con sus labios encendidos y rojos. En una bolsa de brocado recamada de perlas, cuyo interior estaba impregnado con el ungüento destinado para embalsamar a los reyes, guardó el venerado despojo a fin de conservarle eternamente su hermosura y transportarlo hasta el gabinete contiguo a su dormitorio. 
    A las doce de la noche del día siguiente, vestida totalmente de negro y ornado su cabello con colgantes en forma de calaveras y cintas de crespón  —tocado que al paso de las horas semejaría un nidal de oscuras serpientes—, sola en la litera, Margot llevó sobre su regazo la cabeza del hombre amado para depositarla en un lugar secreto de la capilla de Saint Martin, en el bajo Montmartre. 
    Al regresar, encerrada en su alcoba, lloró y lloró. Después, abrió el cuaderno de tafilete azul con incrustaciones de plata y marfil y como colofón de la larga lista de nombres, con esmerada caligrafía apuntó: 

    Conde Joseph Boniface De la Mole.

    Con el paso del tiempo y a pesar de lo sucedido, en un rincón de su corazón Enrique de Navarra seguía apreciando a su esposa Margarita. Si bien sus relaciones nunca habían sido íntimas —sólo se habían jurado un pacto de apoyo mutuo para alcanzar juntos el poder—, varias veces ella le había salvado la vida en aquella corte donde abundaban  nigromantes y regicidas, al haberse producido unos veinte intentos de asesinato contra él. 
    En cuanto a la figura de la reina, su talle engrosaba e iba perdiendo la belleza —algunos remarcaron que se había vuelto “horriblemente gorda”—, aunque, en la lista de su cuaderno de tafilete azul con incrustaciones de plata y marfil, seguía apuntando los nombres de sus amantes:

    Louis de Clermont, señor de Bussy d’Amboise. 
    Enrique de La Tour d’Auvergne, vizconde de Turenne. 
    Jacques de Harlay, señor de Champvallon, caballerizo mayor.
    Gédeon, un guardián. Etc., etc.

    A pesar de estas nuevas aventuras sentimentales, no dejaba pasar un solo aniversario sin recordar a su amado De la Mole. Cada 30 de abril llevaba un luto riguroso, luciendo el tocado de calaveras y múltiples cintas de crespón. La gente aseguraba que a determinada hora, el tocado parecía transformarse en un nidal de sierpes negras. A su manera, el corazón de Margot, mientras latió, fue fiel a un solo hombre. Algo así como la unidad dentro de la variedad.
    Hacia 1589, Enrique de Navarra sucedió en el trono al anterior Enrique, su cuñado. Con el propósito de llegar a tener una descendencia legítima, pidió la anulación de su matrimonio con Margarita, aduciendo consanguinidad, matrimonio forzado y esterilidad. Ella, que había pasado diecinueve años prisionera en el castillo de Usson por decisión de su hermano, con el beneplácito de su marido, dio su consentimiento...”

     —Sí, seguramente el trabajo necesitará ajustes —se dice Matilde—: reforzar el texto argumentativo, dar una conclusión, agregar las fuentes bibliográficas... 
     Recoge sus papeles, los guarda en la carpeta, y sale del local.
     Y pensando en el jocoso gesto que hubiera contraído el poco agraciado rostro de Enrique IV, con una sonrisa enfila por la avenida Corrientes tarareando:

             ¡ ...  Si hasta el nombre te han cambiado como has cambiado de suerte:    
             ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot!

CRISTINA BERBARI  (*)

Publicado en la Antología El amor en la literatura actual
Colección El Puente imaginario, compilación de Norma Mazzei
Ediciones Tu Llave, San Andrés, 2018
ISBN 978-950-706-146-2

 (*) Buenos Aires, Argentina. Funda y dirige la revista de poesía Fijando Vértigos a partir de 2000. Selecciona una Antología de Poetas Argentinos (2007-1ª ed. y 2008-2ª ed.), Miembro de Red Mundial de Escritores en Español REMES.
Obra publicada: Penúltimo portal (ilustrado con xilografías de la autora, 1983). Los lagos y la tortura (1999). Incandescencia (Tríptico, 2001). El olvidado (plaquette, dibujo de Matías Berbari, 2003). ¡Oh, la Omega! (2004). Doloras de la piedra negra y voces invitadas a perseguir nubes (2005). La Señora Bovary a dos voces (paquete, 2005). Salmodias del no (2007). Una extraña necesidad de canto (2007). Rosas en vuelo (bilingüe, 2007) y Sudario profano (bilingüe, 2008), traducidos al catalán por Pere Bessó, Fuegos en fuga (libro compartido, 2013). Las abejas de Venus (libro compartido, 2014).
Antologías: Antología Certamen Nacional Poemas Ilustrados, Ateneo Cultural, Buenos Aires (1984). Voces latinoamericanas: Argentina, Cuba, Chile, Colombia y Perú (plaquetas, 2001). Presencias en el Grupo Presencias (2003). John Donne o el péndulo de lo paradojal, ensayo bilingüe (español-inglés) publicado y digitalizado, AIR Colección 4 CIELE-IXWE, de la XI Convención Internacional de Escritores en Lenguas Europeas, Cuarta de la Nueva Andadura, Málaga, España (2009). Antología Internacional La re-evolución de la palabra, Col. Café con Letras, (La Plata, 2013). AIR 20-21-23-24-25, dir. M.Cirerol, Málaga, España. Huellas a la mar 4 y 5, Literarte (2014-2015) El amor en la literatura actual (compilación de Norma Mazzei) Tu Llave, San Andrés, 2018.
Selecciones: “Homenaje a Federico García Lorca” por Fijando Vértigos 13, C.C. Paseo Quinta Trabucco, Municipalidad de Vicente López (2006), Un puente tendido: La poesía de Dora Hoffmann (ensayo), Congreso de Literatura “Hacia el Bicentenario-Dos siglos de mujeres en las letras”, Museo Roca-Instituto Investigaciones Históricas y Grupo Némesis (2009). XI Convención Internacional de Escritores en Lenguas Europeas, Málaga, España, CD (2009). Bartleby, una interpretación a través de la poesía (ensayo), Jornadas sobre lo Oculto y lo Maravilloso, Grupo Némesis (2010). Poesía Viva 14a edición: entrevista a la poeta Lucía Févola (2010). XII Recital Poético Multilingüe unido a los programas de las Naciones Unidas, Fredericton, New Brunswick, Canadá (2012). Muestra Siglo XXI de la Poesía en Español, Prometeo 2012, Madrid, España; ambos Capítulos bajo el amparo de la Academia Iberoamericana de Poesía. IX Exposición Mural y virtual de Poesía y Arte, Recitales poéticos sin fronteras, Registro Creativo, Canadá (2013). 7a Exhibición Internacional de Póster de Poetas Iberoamericanos Contemporáneos, Capítulo Fredericton, St. Thomas University, Canadá. El poema Dos en el hilo de un barrilete en llamas de la autora, fue seleccionado y leído por Laurence Pigeon (2013). El poema Imagen deshabitada, fue musicalizado e interpretado por Aldo Videla y Valeria Rinaldi.
Distinciones: Reconocimiento a Penúltimo portal (2000); Premio a Trabajadores de la Cultura (2000) y Premio Aporte a la Cultura Nacional (2002); Mención Nacional Certamen Aldo Alessandri 35o por Acerca del lepidóptero y la relatividad del tiempo (2002), otorgados por la Municipalidad de Azul. Cuarto Premio Internacional de Poesía Artesanías Literarias, Israel, por el tríptico Jirones del infierno que duele (2007). 
Panorama Literario Histórico 2010-2011 book crossing-Reto de las Décadas Argentinas-libros elegidos para leer de 1983: Penúltimo Portal de Cristina Berbari. 
Figura en el Apéndice “Poetas referentes de cada período” Siglo XX –1943 (pag. 243), en el ensayo de Luis Benítez “Historia de la Poesía argentina- De Luis de Tejeda al Siglo XX”, Córdoba, Buena Vista, 2018.
Participa de un Taller de Iconografía (2015-2018)

Coordina: www.cristinaberbari-fijavertigos.blogspot.com
                 www.cristinabernabeo-berbari.blogspot.com
                 www.geocities.ws/fijandovertigospoesia/




 

lunes, 15 de junio de 2020

Molinos de viento n° 9

Molinos de viento n° 9
Boletín de Artes y Letras
Año 1 - No 9 - Septiembre 2019
Director: Osmar Luis Bondoni


LA MARCA*

Cuando compró la casa, el gato ya estaba. Lo vio cuando salie-
ron al patio con el agente inmobiliario. A pesar de que el pasto le
llegaba a las rodillas, pudo distinguirlo: gris, con manchas blancas,
la oreja derecha con un repulgue de sangre seca. Nómade, como él.
No se hizo problema: le gustaban los gatos y la casa estaba a muy
buen precio.
Cortó el pasto del jardín y se encargó de la poda. Había pasado
una semana desde la mudanza y el gato no se mostraba.
El décimo día, mientras preparaba café, oyó el maullido y se acer-
có a la ventana del patio. Una imagen simple: un gato orinando en
el pasto.
La escena se convirtió en rutina: hubiera sol, tormenta eléctrica
o una leve brisa, el gato orinaba siempre en el mismo lugar.
Él entendió que indicaba un punto preciso en el parque. Como si
la naturaleza le estuviera revelando un secreto. Salió con la pala en
mano y cavó, sobre la marca exacta de pasto amarillo.
Después de media hora se encontró sudando, con la vista fija en
el pozo. Una lombriz se deslizaba por la tierra negra y húmeda. Con
una palada la partió en dos, por mera venganza al sentirse estafado
por un gato.
Cada mitad de lombriz bifurcada siguió su camino en dirección
opuesta. Él se metió en la casa.
A la noche salió a regar. Ignoró el pozo todo el tiempo que pudo,
pero a escasos metros notó una figura gris. Manchas blancas. El
repulgue de sangre seca en la oreja. El cuerpo acurrucado. Su lugar
para morir.
Tapó el pozo con suavidad, tratando de que la caída de la tierra
fuera una caricia. Le inventó un nombre y dijo unas palabras de
despedida.
A pesar de que habían pasado tres meses desde el entierro, sobre
la tumba no crecía el pasto.
Él vuelve al jardín con la pala. Mientras la hunde en la tierra,
imagina el momento en que la punta toque el cuerpo en descompo-
sición, desgarre el poco pelo y cava más y más fuerte, pero el gato
se ha ido. Nómade, como él.
Dos lombrices se deslizan por la tierra negra y seca.

NICOLÁS BARRASA
nicolasbarrasa@gmail.com
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* Segundo Premio en categoría narrativa del 18vo. Concurso Nacional en
Poesía y Narrativa de Azul, Pcia. de Buenos Aires.

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LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos, pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!



PIEDRA NEGRA
SOBRE UNA PIEDRA BLANCA

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
MARC CHAGALL, bielorruso (1887-1985)
Las luces del matrimonio (1945)
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos.

CÉSAR VALLEJO, peruano (1892-1938)

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Canciones sin palabras, obra completa (8 volúmenes) en su
versión original para piano, de Félix Mendelssohn

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Molinos de viento n° 8


Molinos de viento nº 8 
Boletín de Artes y Letras - Agosto 2019
Director: Osmar Luis Bondoni
osmarbondoni@yahoo.com.ar


LATIDOS *

A Marcela, que supo
llegar a tiempo.

    Intenta luchar contra esa fuerza que le ordena levantar la vista y
trata de que los ojos sólo sigan mostrándole los avances del sol so-
bre la piel del pecho, donde únicamente la gran cicatriz ha conse-
guido conservar palidez entre las colinas doradas. Cede finalmente
y mira. Ella, junto al hombre y bajo la sombrilla recién plantada, gira
con rapidez la cabeza para ver el mar, pero el muchacho sabe que ha
estado mirándolo y que de ahí vino y vendría la orden.
    ¿Por qué no es fastidio, temor y rechazo lo que le amanece cuando
las miradas se encuentran como roces de relámpagos silenciosos?
    ¿Por qué no ha logrado completar el impulso de preguntarle qué
motivo tiene para mirarlo sin acercársele, para perseguirlo? ¿Por qué
tampoco ella pudo hasta hoy redondear con dos pasos más hacia él
aquel paso único dado la primera vez que lo esperó para solamente
mirarlo, tiesa junto a la puerta de su casa? ¿Por qué, si tuviera que
ponerle nombre a lo que le brota en esos momentos —ahora mis-
mo— diría calor dulce?
    Ella se ha sentado a tejer en el redondel de sombra, mientras el
hombre continúa edificándole un cerco protector de gestos, sonrisas,
movimientos, palabras. No mirándolo a él, cuidadosamente.
    El muchacho disfruta la pereza del mediodía milagroso sin vien-
to, calculando los kilómetros de playa, con lejanos pescadores espe-
ranzados, sombrillas ralas y alguna pareja paleteando. No sabe quién
es esa mujer, no conoce su nombre. La segunda vez la encontró en
la escalinata de la facultad, a la salida, cuando un grupo de compa-
ñeros lo llevaba en andas celebrando su regreso. Ahora supone que
ha de ser como el suyo el placer de los lagartos al dejarse penetrar
por el sol. Como repetidas por un grabador oye voces que hace siete
días le dijeron: Te dejamos ir si nos prometés que vas a hacer lo que
te aconsejó el médico sobre no abusar del sol ni del agua fría. Pro-
metió y vino y abusó del sol y del agua fría, vengativamente, por-
que aquel día, antes de que lo hundieran en la oscuridad pensó con
miedo en no poder contemplar otra vez el mar. Y se ha propuesto
gozar más, recordando antes de cada chapuzón, de cada salto, sus
últimos tiempos de contenciones, de ver vivir como asomándose a
un espectáculo prohibido.
    “Turistas prematuros”, se le ocurrió mirando el sector de carpas
con sólo una ocupada, la suya, los lentos preparativos rehabilitadores
de aquel bar, esa mujer tejiendo a diez metros tal vez elaborando el
momento de lanzar la orden. Pasado mañana, cuando venga el resto
de su familia, lo comentará con ellos (hasta ahora —tampoco sabe
por qué— no les habló de la mujer), y si le preguntaran ¿A vos qué
te parece?, no necesitará pensar mucho para contestar Me parece una
buena señora. Quizá no les contaría que a veces ha visto agrandársele
los ojos como si estuvieran respondiendo al esfuerzo de un alarido.
    Un día llegó a decirse si la mujer no sería una de aquellas enferme-
ras a las que solamente les conoció los ojos. Pero no pudo recordar
otros ojos con alaridos. Les contaría, sí, en el clima perdonador de
las vacaciones, aquello nuevo que se había hecho adentro, descubierto
pocos minutos después de haber regresado de la oscuridad, todavía
entre un resto de niebla pero sabiendo de quiénes eran esas caras con
sonrisas ensayadas que lo miraban como si su cama estuviese de-
fendida por un alambrado eléctrico. Les explicaría la desaparición
del otro. No, tal vez sería mejor decir la aparición del otro, éste, Yo.
Recién devuelto por la oscuridad, contempló con alegría las cenizas
del esforzado estudiante de derecho. Mañana estudiará la manera
menos hiriente de explicarles que no puede explicarles aquellas ce-
nizas. Simplemente despertó otro. Le será imposible convencerlos
de que debe luchar para entender como vividos por él todos esos años
anteriores al día de la oscuridad. Tampoco le creerán la fuerza vir-
gen ni podrán quitarse la careta de asombro cuando les sonría su
proyecto.
    La orden vibra: la mujer lo cree dormido y está mirándolo. Alza
la cabeza y ella vuelve rápidamente a su tejido. La noche del vuelo,
al verla en el aeroparque, se dijo con algo de rabia: Si toma mi avión,
cuando estemos en el aire me voy a parar junto a su asiento y le
gritaré Qué quiere. Ella no tomó el mismo avión.
    Cierra los ojos para preparar el escenario de pasado mañana,
ubicar a los actores y pronunciar la frase que desencadenaría la si-
tuación: el living del chalet, sus padres, sus hermanos y él, que ha
dicho la frase. La respuesta llegará en un coro a cuatro voces: ¿Una
chacra en El Bolsón? ¿Y tu carrera, pedazo de? Trata de armar el
libreto de su monólogo, que rebotará en un silencio cada vez más
frío, porque los cuatro le verán en la cara, más que en las palabras,
su decisión tan inamovible como el volcán Lanín. Todavía no sabe
si les dirá que necesita pararse descalzo sobre la tierra de un surco
recién parido y ver cómo las raíces de sus pies entran para vivir ti-
bias en los jugos secretos. Quizá tampoco les diga: Quiero tener hijos
que jamás respiren más de treinta horas algún aire que no sea total-
mente aire. Les demostrará, sí, su saber sobre frambuesas, frutillas,
cerezas, les hablará de sus nuevos amigos, de su nuevos libros, de la
probable fecha del viaje y de cómo el día en que sus anteriores amigos
lo llevaban en andas celebrando su regreso a la facultad, al bajarlo
supieron que también era despedida. (Aquel día encontró por segun-
da vez a la mujer.)
    Se arrastra para buscar un alivio de sombra, baja el telón sobre la
escena de pasado mañana y la paz creciente lo adormece, lo duerme.
Una punzada de susto lo despierta. Agazapada junto a él, la mujer
apoya su perfil en aquel pecho bronceado.
    —¡Salga! ¿Qué está haciendo? —Ella se levanta.
    —Escuchaba, nada más. Perdoname, perdoname, querido. No vol-
verás a verme. Adiós.
     Corre hacia el hombre que la espera intranquilo bajo la sombri-
lla. Lo abraza y habla sin interrumpir su pequeña risa:
    —Vámonos en seguida. Las fotos han quedado muy solas. Diego
no será más esa cosa que bajaron en la camilla de la ambulancia.
    Vámonos. Lo sentí latir, por fin. Diego late, querido. Vive.

NÉSTOR BONDONI, argentino (1916-1998)
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* Este trabajo integra el libro Alguien sabía su nombre, que en 1991 obtuvo el
Primer Premio Fondo Nacional de las Artes, Género Cuento.

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ANDREA MANTEGNA, italiano (1431-1506).
Lamento sobre Cristo muerto.


EL CRISTO DE MANTEGNA

El cuerpo verde pálido empieza en los pies
avanzando a proa. La ley del espacio
no dio otra opción
que empujar la cabeza hacia el fondo.
En esta yacencia clínica, la divinidad
es sometida a la autopsia
de la perspectiva. La superficie es terrosa
en el rostro de la aflicción, cercado
por cabellos de sombra y abajo
la sangre seca de los cuatro orificios
entregada a la gravitación.
Como prensada, la masa total
se aplasta al planeta
aplazando la gran promesa
por la belleza de lo pesado
y la torturada arcilla
de la madre inclinada, su lágrima campesina.
Este maniático del ojo realista
mantuvo a su padre difunto
sin sepultar por varios días. Quería
saber más de la muerte que el propio modelo,
demorar los límites del cadáver
y definir el cuerpo místico
por la verdad terrestre de la forma sensible.
Por el momento, la escena
pertenece a este mundo. En el sótano clandestino
se consuma el sacrilegio y afuera
el claro cielo italiano espera su presa.


JOAQUÍN O. GIANNUZZI, argentino (1924-2004)

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BARCAROLA

Si solamente me tocaras el corazón,
si solamente pusieras tu boca en mi corazón,
tu fina boca, tus dientes,
si pusieras tu lengua como una flecha roja
allí donde mi corazón polvoriento golpea,
si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando,
sonaría con un ruido oscuro, con sonido de ruedas de tren con
sueño,
como aguas vacilantes,
como el otoño en hojas,
como sangre,
con un ruido de llamas húmedas quemando el cielo,
sonando como sueños o ramas o lluvias,
o bocinas de puerto triste,
si tú soplaras en mi corazón, cerca del mar,
como un fantasma blanco,
al borde de la espuma,
en mitad del viento,
como un fantasma desencadenado, a la orilla del mar, llorando.

Como ausencia extendida, como campana súbita,
el mar reparte el sonido del corazón,
lloviendo, atardeciendo, en una costa sola:
la noche cae sin duda,
y su lúgubre azul de estandarte en naufragio
se puebla de planetas de plata enronquecida.

Y suena el corazón como un caracol agrio,
llama, oh mar, oh lamento, oh derretido espanto
esparcido en desgracias y olas desvencijadas:
de lo sonoro el mar acusa
sus sombras recostadas, sus amapolas verdes.

Si existieras de pronto, en una costa lúgubre,
rodeada por el día muerto,
frente a una nueva noche,
llena de olas,
y soplaras en mi corazón de miedo frío,
soplaras en la sangre sola de mi corazón,
soplaras en su movimiento de paloma con llamas,
sonarían sus negras sílabas de sangre,
crecerían sus incesantes aguas rojas,
y sonaría, sonaría a sombras,
sonaría como la muerte,
llamaría como un tubo lleno de viento o llanto,
o una botella echando espanto a borbotones.

Así es, y los relámpagos cubrirían tus trenzas
y la lluvia entraría por tus ojos abiertos
a preparar el llanto que sordamente encierras,
y las alas negras del mar girarían en torno
de ti, con grandes garras, y graznidos, y vuelos.
Quieres ser el fantasma que sople, solitario,
cerca del mar su estéril, triste instrumento?
Si solamente llamaras,
su prolongado son, su maléfico pito,
su orden de olas heridas,
alguien vendría acaso,
alguien vendría,
desde las cimas de las islas, desde el fondo rojo del mar,
alguien vendría, alguien vendría.

Alguien vendría, sopla con furia,
que suene como sirena de barco roto,
como lamento,
como un relincho en medio de la espuma y la sangre,
como un agua feroz mordiéndose y sonando.

En la estación marina
su caracol de sombra circula como un grito,
los pájaros del mar lo desestiman y huyen,
sus listas de sonido, sus lúgubres barrotes
se levantan a orillas del océano solo.

PABLO NERUDA, chileno (1904-1973)

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Cuarteto para cuerdas No 1 (sobre la “Sonata a Kreutzer”, de

Tolstoi), de Leos Janacek.
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