lunes, 9 de diciembre de 2019

Molinos de viento N° 5


Molinos de viento no 5
Boletín de Artes y Letras - mayo 2019

Director: Osmar Luis Bondoni
osmarbondoni@yahoo.com.ar




CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera;
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

MIGUEL HERNÁNDEZ, español (1910-1942)




SAN JUAN DE LA COSTA*

I

La iglesia de madera cruje sobre la loma.
Se recorta en el alba
emergiendo de la oscuridad menguante.

El viento sisea entre las tablas.

Los huilliches la edificaron antaño.
Ahora la rodean con sus carretas de bueyes
entoldadas de blanco por ser día de difuntos.

La caravana hiende la bruma rumbo al camposanto.

Toda la semana los hombres han pintado las tumbas.
Las pequeñas casas de las ánimas
vibran con sus nuevos colores en la luz.
En este espacio recóndito del mundo
unas mujeres conversan sentadas sobre los túmulos.
Ignoran a los varones que se embriagan en la enramada
mientras los niños se asoman
curiosos y perplejos
a la cámara.

II

No parece que la lluvia vaya a cesar.
Sólo el relincho amortiguado
por el estrépito de las gotas contra el follaje
le hace frente.
Una figura encapotada se desvanece cruzando el camino.
La nebulosa profundidad de agua queda sola.
Abarca el barrido completo de la mirada.
Mengua los verdes.
Difumina las copas de las coníferas,
la ondulación de las colinas.
La cruz sobre el campana
rio se disuelve
en la borrasca de un cielo demasiado próximo.
Peligra el campeonato de chueca.


JORGE BREGA
jbrega@yahoo.com

* De Luz mala (2004). Este poema, del que publicamos fragmentos, recibió el 3er.
premio en el concurso “Por la senda del reencuentro chileno-argentino”, organizado
por la Federación de Residentes Chilenos en la Argentina con el auspicio del Consejo
Nacional de la Cultura y las Artes de Chile, en 2004


Pintura: Aldredo Hlito, argentino (1923-1993)
Ritmos cromáticos III (1949)

Sugerencia:
Cuarteto N° 4 en Re mayor, opus 83; y
Cuarteto N° 6, en Sol mayor, opus 101,
de Dmitri Schostakovich


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miércoles, 16 de octubre de 2019

Creonte e Ismena por Marcelo Juan Valenti


Creonte e Ismena

I

Muerto.

Muerta. Muerto. Muerto. Muerto.

Muerta.

Los cuerpos, los nombres se mecían al compás del recuento trágico. Como si los agitara el mar de olas geométricas que decoraba los frisos del palacio de Tebas.

Ismena, velada, esbozó un gesto ambiguo y recomenzó.

—¿Mi madre?

—Muerta, ahorcada en el lazo de su propia indignidad —contestó su esclava de mayor confianza.

—¿Mi padre?

—Ciego. Loco. Fugitivo. Muerto.

—¿Mis hermanos?

—Muertos, uno contra otro.

—¿Mi hermana?

—Muerta, entre la naturaleza y la ley.

—¿Mi tía, mi primo?

—Desesperados, tristes, muertos.

¿Era siempre la misma esclava la que contestaba? ¿Era una esclava? ¿O Ismena, escindida, era pregunta y respuesta?

Las voces asediaron desde todos los rincones como serpientes enamoradas, con los ojos brillantes. 

Ecos, más ecos, la letanía de un linaje que se ha devorado a sí mismo.

Otro gesto debajo del velo.

Un murmullo oscuro se intensificó. Caminos de sangre que se interceptaban formando las letras rojas del mito.

De improviso, un trasvasamiento de voces en el cántaro de lo unánime, para anunciar:

—El rey Creonte.

Silencio y éxodo de esclavas.

Ismena buscó, a través del espesor que la cubría, un punto luminoso. A sus espaldas, el rey.
Sobre ambos, atentos, sin manifestarse, los dioses.

¿Qué ocurría en las comisuras de los ojos y la boca de Ismena?

Creonte carraspeó, como si a sus palabras las anunciara un instrumento triunfal.

—Ismena.

La convocada tembló.

—Ismena, te ofrezco engarzar Tebas en el anillo que te obsequiaré al desposarte.

Otra cosa no dijo.

Avanzó, con sorprendente delicadeza, tomó el velo, lo deslizó, hasta descubrir una cabellera enjoyada.

Ismena, al fin, sonreía.



II

—Tebas será tuya —le dijo el oráculo. Y Creonte calló. El vaticinio recibido por su cuñado, el rey, era lo único importante. Las noticias no eran buenas. La acritud de Layo borró el interés por cualquier otro destino.

Cuestión de esperar.

Pero, ¿cómo se sostiene la templanza en un mortal? Demasiadas pruebas azotaban a Creonte. La actitud desdeñosa de Layo, la sombra del filicidio, la codicia, la triste confesión de Yocasta: luego de cada noche de amor, su esposo dormido murmuraba el nombre de Crisipo.

Roto el dique, Creonte decidió actuar. No cometía una traición ni un crimen. Se inmolaba en el altar del destino, se ofrecía como agente… sin culpas.

La Moira, a quien incluso los dioses debían acatar, soplaba el futuro de los efímeros en los oídos de las sibilas. Si estaba previsto su cetro, los actos o la inercia, no cambiaban el resultado.

Layo envejecía. Creonte lo animaba a participar en cacerías y viajes. Se sabía: fuera de los recintos amurallados, acechaban toda clase de peligros.

El gran día llegó: Layo fue asesinado.

Pero los descendientes de Lábdaco, eran como una hidra: se cortaba una cabeza y nacían cincuenta.
Sólo dos hombres en Tebas, reconocieron quién era el héroe que la ciudad recibía como matador de la Esfinge, y premiaba con la reina y la corona. Tiresias, ciego y clarividente. Creonte, iluminado por la ambición. Sin poderes especiales, su certeza se asentó en el interrogatorio a crímenes cometidos o incumplidos.

Edipo se parecía demasiado a su padre. Pero a los ciudadanos los cegó el alivio y a Yocasta, el hastío.

—Tebas ha sido mía, pensó Creonte, sin resignarse a un vaticinio que no fuera vitalicio.

Y volvió a consultar.

—Recuperarás Tebas —dijo el oráculo.

Y esta vez, dejó de lado las sutilezas.

Envenenó las aguas y generó una peste. Inficionó a Tiresias, que sembró pistas. Aconsejó a Edipo, para que él cumpliera su destino. La verdad causó más estragos que la Esfinge. La sangre trae sed de sangre. Había que eliminar todo obstáculo.

Y contó con una ayuda imprevista.

Ismena.

Tan silente y ambiciosa como él, había dejado la niñez para convertirse en una mujer, sólo opacada por el coraje de Antígona. En el vaivén de la trama, se enamoraron hasta el delirio.

Sí, molestaban todos. Juntos emponzoñaron las copas de vino con palabras venenosas.

La clave fue enfrentar a Etéocles y Polinices, que murieron enfrentados en doble fratricidio.

Luego, asoló la casa, unas cadenas de muertes voluntarias.



III

Ismena, sonriente, se volvió.

—¿Todos muertos?

—Todos muertos, excepto nosotros. Nuestra es Tebas.

—¿Tiresias?

—Ese pobre viejo… ¿Quién escucha a los clarividentes? Nadie quiere cumplir la voluntad del Cosmos, la sabiduría se desprecia, la verdad confunde.

Como latigazos, la idea de que Tiresias habría podido cambiar la historia se abatió sobre ambos. 

¿Podría haber evitado la tragedia? ¿Eran la Moira y los oráculos una ilusión a los que aferrarse para delinquir sin resquemor?

Los latigazos duelen, pero se curan.

Una nueva sonrisa de Ismena, deshizo toda oscuridad.

Creonte la tomó de la mano.
—El lecho de Cadmo y Armonía nos espera.

Los siglos esperaban también para ahogar los vestigios de la infamia.

Y de esta secreta conspiración sólo queda un juego de adivinanzas en el tejido de otros relatos.



septiembre 3, 2019
   

Marcelo Juan Valenti
Marcelo Juan Valenti (Rosario, 1966). Publicaciones: Paralelo Protervia, novela en coautoría con María Luisa Siciliani, 1998; Una langosta en la casa invisible, cuentos, 1999; Presagio de la reina ciega, poemas, 2002; Caballo Bifronte, prosa poética en coautoría con Susana Rozas 2003; Juego de abadesas, poemas, 2005; Jardín Espejo y Espejo Jardín, poemas, 2010; Ojalá Jane Fonda nos ilumine, cuentos, 2011; Después de la orgía, el canibalismo, poemas, 2014; La eternidad del cíclope, cuentos, 2014; El señor Perpol, cuentos y poesías, 2014.



Publicado en  ña Revista electróonica Sin Fín



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lunes, 14 de octubre de 2019

Tres poemas de Raúl Ortega Montenegro



La yumba
                            (Osvaldo Pugliese)


Se ha castigado al mar por incesante
a mirar nuestro mundo de la orilla.
Por el ansia de asomo es tan hermoso.
La líquida aventura de su cuerpo
enfría nuestros ojos e ignoramos
cuál es su piel y cuál su carne viva.
Golpe, roe, besa y deja
su cadera incómoda de roca
con el ritmo profundo en la memoria.

De Poemas Instrumentales
(Botella al Mar, 1978)





Bosque dormido


Duerme profundo el bosque
               con párpados de nieve,
oscilan indecisos 
               los frágiles diamantes de la noche,
el frío y la quietud
               se aman en equilibrio,
los mudos ecos danzan
               con sutil argumento,
pugna la noche
               en abrazar la nieve,
la sombra no da en sombra
               porque la nieve duerme
                          con los ojos abiertos. 


De Teoría de la nieve
(Ediciones del Dock, 1993)





Día de pájaro


llamo a la luz
alumbra mis oídos
vocalizo mi día
modulo en el juncal
                      mi lugar en el mundo
vivo del aire que agitan los insectos
muevo el paisaje mientras vuelo mi vida
entibia el sol la tarde como un nido
oigo crecer el sonido de la sombra
vuelo alto en vigilia de fronteras
miro el tejido de la noche
entro a los tallos íntimos del sueño

De Tiempo de vuelo
(La comarca libros, 2019)


Agradecemos a Raúl Ortega el envío de sus poemas










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sábado, 12 de octubre de 2019

Molinos de viento 4


Molinos de viento no 4
Boletín de Artes y Letras - Abril 2019

Director: Osmar Luis Bondoni
osmarbondoni@yahoo.com.ar


SUAVE ENCANTAMIENTO

Profundos y plenos
cual dos graciosas, breves inmensidades,
moran tus ojos en tu rostro
como dueños;
y cuando en su fondo
veo jugar y ascender
la llama de un alma radiosa
parece que la mañana se incorpora
luminosa, allá entre mar y cielo
sobre la línea que flotando se mece
entre los dos azules imperios,
la línea en que nuestro corazón se detiene
para que sus esperanzas la acaricien
y la bese nuestra mirada;
cuando nuestro “ser” contempla
enjugando sus lágrimas
y, silenciosamente,
se abre a todas las brisas de la Vida;
cuando miramos
las cenizas de los días que fueron
flotando en el Pasado
como en el fondo del camino
el polvo de nuestras peregrinaciones.
Ojos que se abren como las mañanas
y que cerrándose dejan caer la tarde.


MACEDONIO FERNÁNDEZ, 
argentino (1874-1952)



EL PECHO BLANCO, EL PECHO NEGRO

Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
Al despertar tomaba el pecho blanco en su mano
y acercándolo a mis labios decía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche blanca, espesa, dulcísima.
Luego apretaba entre sus dedos el pezón negro
y colocándolo en mi boca repetía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche oscura, infinitamente agria.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
De día, sosteniendo el pecho blanco en su mano
como una paloma, susurraba: Es la luz del mundo;
y a la noche, mientras exprimía suspirando
el pecho negro, prorrumpía: Es la oscuridad.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
A veces exponía el pecho blanco al sol
y escondiendo bajo su ropa el pecho negro
canturreaba: Esta es la leche que sacia toda hambre,
y su rostro se iluminaba con una sonrisa inmortal.
Pero mi boca buscaba otra vez el pecho negro
y tomándolo en su mano con piadosa resignación
lo ponía en mis labios diciendo: Bebe, hijo mío,
y yo bebía ávidamente la leche que da más hambre.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.


HORACIO CASTILLO,
argentino (1934-2010)



Pintura de ROGIER VAN DER WEYDEN (o Rogier de la Pasture),

flamenco (1400-1464)
Descendimiento (1435?)


Sugerencia:
Concierto para cuatro violines y orquesta, opus 4 No 10, de Antonio Vivaldi,
y la transcripción que hizo Juan Sebastián Bach paracuatro pianos (claves)
 en La menor, BWV 1065.

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lunes, 24 de junio de 2019

Las obras secretas de Marcelo Juan Valenti

Junto a Inés, siempre ávida de nuevas voces poéticas que finalmente no la satisfacen, asistí a una nueva edición del ciclo “Las obras secretas”. Lo coordina Orlando quien veinte años atrás irrumpió en la escena local con una puesta de “La lección de anatomía” protagonizada por travestis. Luego incursionó en las artes visuales y la música, para arribar a las playas de la literatura.
“Las obras secretas” se caracteriza porque los invitados a leer son inéditos, veteranos olvidados, habitantes de pequeñas poblaciones. En cada edición hay un representante local, que lee algo propio y luego hace las presentaciones. Esa noche era el turno de Margarita, que parecía descontenta, embutida en un mameluco descolorido que no le sentaba muy bien.
Todavía quedaban bastantes mesas vacías y elegimos una un poco apartada, en un rincón que permitía, no obstante, una buena perspectiva de la mesa de lectura. Tanto a Inés como a mí, nos gusta la decoración vintage del “Las dos Amelias”, el café es excelente. Pero no pudimos regodearnos porque de inmediato comenzó el desfile, el pasamanos, el remolino, la ebullición.
Hortensia y Eufemio llegaron juntos.

-¿Orlando no está?
-No lo vimos.
La órbita de Mepi, que me recuerda tanto a Tilda Swinton, coincidió con nuestras coordenadas.
-Hola a todos, Orlando fue a la estación a buscar a uno de los poetas. El colectivo venía demorado. Un lechero que tarda veinte horas… si las fuerzas de la naturaleza lo permiten.
En sentido opuesto apareció Gioconda. Dueña de “Las dos Amelias”, actriz, novia de Orlando. Nos repartió folletos y con impecable dicción dijo: – Aprovechen el descuento para doble programa, “Servidor de dos patrones” y “Casa de dos puertas mala es de guardar”. Dirección de Orlando, por supuesto. Estrenamos el primer sábado del mes que viene.
-¿Las dos obras al hilo?- comentó Eufemio con el ceño fruncido- A la de Goldoni la traduje al esperanto.
Mientras Hortensia daba un grito de saludo, Eufemio se sumaba a una mesa de traductores y las estelas de Gioconda y Mepi se disolvían, el horizonte se cubrió con el arco iris capilar de Adrián. No venía solo.
-Fede, un amigo. (Ringo Starr, estampado en su remera, parecía Rimbaud) ¿Nos podemos sentar con ustedes?
Segundos después, como impulsado por un resorte, Adrián se levantó sin dar explicaciones y lo perdimos de vista, dejándonos a Fede como un curioso legado. Pronto descubrimos que era como un Caballo de Troya, lleno de palabras e intenciones.

-¿Escribís?- deslizó Inés.

-No, yo vine porque soy actor y quiero participar en una audición para la próxima obra que va a dirigir Orlando.
-Orlando no tiene paz. Estrena en una semana y ya tiene listo el siguiente proyecto- acoté.
-Por lo que sé siempre tiene previstos cuatro trabajos. Yo me quiero presentar para una obra de Verlaine.
Nuestras mandíbulas desconcertadas exploraron sus posibilidades de máxima apertura. Inés, rápida de reflejos, casi gritó:- Verlaine, ¡¡¡poeta!!!, no dramaturgo.
-Discúlpame, yo he visto muchas obras de Verlaine, claro que dirigidas por él mismo. Es interesante ver que logrará Orlando con esos textos.

-Me voy a afuera a fumar-dijo Inés.

Se cruzó con Danilo y su mujer.
-Hola Flavio. Nos sentamos con vos. Extendió sus dedos espatulados hacia Fede.

-Danilo.
-Fede.
-Mónica, mi señora.
La mencionada, que se parece a Kim Novak y tiene una florería, amagó el gesto de una sonrisa a modo de presentación. No deja a su marido ni a sol ni a sombra. Danilo tiene un vasto prontuario de mujeriego. Y de monologuista.
-Estoy fascinado porque acabamos de advertir con Mónica que este cruce de calles alberga un bar en cada esquina. La última vez que vinimos la esquina sureste seguía desocupada. Ahí, hace muchos años, tenía su galería Coco. ¿Lo conociste a Coco? Un tipo genial, el árbitro de toda producción cultural de la ciudad. Hoy, un hombre olvidado. Injustamente olvidado. ¿Cómo se llamaba la galería? en este momento no me viene el nombre a la memoria. De paso, te cuento que voy a exponer. Sí, necesitaba tomarme un descanso de la escritura. Retornar al color. A los colores puros. Otra manera de intervenir sobre los espacios en blanco. Y aunque no es ningún secreto todavía no le he dado la lógica y necesaria difusión. Esta mesa tiene el privilegio de la novedad. Voy a imprimir tarjetas con los cuadros y al dorso voy a incluir un texto que me gustaría que escriba Toti, que me conoce y conoce mi obra pictórica. A Toti lo tenés, ¿no? Un personaje de la época de Coco. Con los años restringió mucho sus apariciones públicas, pero cada tanto emerge del ostracismo. Me acuerdo de una ocasión. Había una inauguración en la galería, precisamente en la galería que estaba enfrente. Exponía un artista en alza, de la capital. En uno de los corrillos coincidió con un chico muy jovencito a quien le debe haber llamado la atención el aspecto de Toti. El pibe le preguntó el nombre. Toti murmuró apenas y agregó: -¿Et toi? El chico dijo: -¿Stuart? ¿Te llamás Stuart? Increíble Toti, solía comunicarse con notitas manuscritas. A mí me insistía con una frase: ”Cuidá la tenue” Siempre lo mismo. ¿Qué sería la tenue? ¿Mi poesía? ¿Mi pintura? ¿Mi alma? ¿Mi sensibilidad? Seguro que no era mi inocencia. Pero, eeehhh, ya está aquí Orlando con el que creo es el invitado que faltaba.
Orlando me recuerda a Freddy Mercury. Avanzaba imperial hacia la mesa de lectura, en torno a la que se balanceaban Margarita y tres desconocidos. Muy de cerca, con los ojos bajos, lo seguía un hombre mayor, de aspecto modesto, aureola de agotamiento.

Sé que Mepi tiene instrucciones de activar el tema del ciclo, cada vez que Orlando hace su aparición. Las estrofas de “Oops, I did it again” retumbaron en el ámbito.
Como impelido por la fuerza de la llegada de la legítima bestia pop de la ciudad, Adrián regresó alborotado. Apoyó las manos en la mesa con expresión y tono de excelsa beatitud, dijo sin dirigirse a nadie en particular: -Una de las lectoras se llama Alfonsina- y volvió a su enloquecida carrera de cometa con cabellera fecunda.
-A mi prima le pusieron Alfonsina por el presidente – dijo Fede.
“Las Dos Amelias” estaba lleno. Orlando dio varias vueltas, se apoderó del micrófono y este simple gesto operó como pedido de silencio y atención.
-Buenas noches queridos amigos. Bienvenidos a esta nueva edición de “Las Obras Secretas”.
Ya había notado con anterioridad, pero esa vez fue impactante, que Orlando forzaba la pronunciación para alcanzar un ambiguo, escondido resultado: “Las Sobras Secretas”. Nunca me atreví a comentárselo a nadie.
-Los dejo con la presentadora de la noche, Margarita. ¡¡¡Un fuerte aplauso!!!
La nombrada se incorporó en su silla, saludó brevemente y comenzó la lectura de los datos biográficos del primer lector, el cansado viajero que había llegado con Orlando. El nombrado saludó con aún mayor brevedad. Pese al micrófono, su voz era sutil.
Tanto como sus poemas. Su largo viaje justificaba que leyera todo lo que quisiera, pero luego de cuatro o cinco textos, se volvió hacia Margarita, para consultar si no se había excedido en el tiempo que le correspondía. Margarita, cerrada como una flor esquiva, interpretó el movimiento de su vecino como el fin de la lectura e inició la presentación de Alfonsina. El poeta de lejos sonrió con gesto de resignación y agachó la cabeza. Ninguno de nosotros subsanó el malentendido, como hechizados por ese error que era un horror. Avisados, el resto de los lectores, recitó sus inclasificables y/o indigeribles producciones, sin interrumpirse.
Margarita cerró la lectura con un poema propio y luego, otra vez el vendaval de gente, de movimientos, de gritos, de saludos.
Inés no había regresado. La llamé al día siguiente.
-Discúlpame. Me fui sin avisar. Pero Fede me sacó. Creo que lo único que le faltó decir es que Alina Reyes es una autora de novelas eróticas en las que al final de cada capítulo ofrece varias opciones de continuación no lineal, una especie de “Armá tu propia aventura”, pero sexual. Ufff.

– Escrito por: Marcelo Juan Valenti (Rosario-Argentina, 1966).
Publicaciones:”Paralelo Protervia”, novela en coautoría con María Luisa Siciliani, 1998, “Una langosta en la casa invisible”, cuentos, 1999, “Presagio de la reina ciega”, poemas, 2002, “Caballo Bifronte” prosa poética en coautoría con Susana Rozas 2003, “Juego de abadesas”, poemas, 2005, “Jardín Espejo” y “Espejo Jardín”, poemas, 2010, “Ojalá Jane Fonda nos ilumine”, cuentos, 2011, “Después de la orgía, el canibalismo” poemas, 2014, “La eternidad del cíclope”, cuentos, 2014, “El señor Perpol, cuentos y poesías, 2014.
Sus trabajos fueron incluidos en distintas antologías, entre ellas “Animales Distintos. Muestra de escritores argentinos, españoles y mexicanos nacidos en los sesentas.”




Agradecemos el envío de Marcelo Juan Valenti, transcripto del blog " El morador del umbral"

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martes, 28 de mayo de 2019

Poema de Michou Pourtale





ES TIEMPO DE GLICINAS.
El patio se ha enamorado
y una ronda violácea lo agita.
Por derroteros de aflicción
sale la mujer de las flores 
esparciendo corolas.
Sobre su mesa habitual,  
donde escribió un ensayo,
ahora se sosiega, mira carpetas
la dedicatoria inútil
                                de algún libro.
Entre textos sagrados  
un linaje de profetas la guía 
por campos de olivo trigo oro  
resplandece la palabra  
y nombrándose ella se pronuncia  
en imagen de infancia.
Sus formas  
dentro del sweater negro 
añoran aquel vestidito   
de organdí cinturón de raso.
Es la dueña  
de su más íntima región
cuando pulsa un nuevo laúd  
enreda capullo y profecía   
victoriosa al reconocer allí 
                               su niña.
Sobre baldosas  
en el patio enamorado  
gira una niña   
en la ronda de glicinas.

De Signos tardíos, Buenos Aires, Nuevohacer, 2003.



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sábado, 25 de mayo de 2019

Molinos de viento 3


Molinos de viento no 3
Boletín de Artes y Letras - Marzo 2019

Director: Osmar Luis Bondoni
osmarbondoni@yahoo.com.ar


LA FAROLERA


 Saltar la soga era uno de los juegos preferidos de las chicas de Palermo, mucho antes de que brotaran los restó y las boutiques como sequoias en medio de la pampa. Cuando el zoológico era la visita esperada del domingo y el parque japonés la musa inspiradora de los enamorados, soñaban con Palermo los poetas, los malevos y una bohemia trasnochada que ardía bajo los faroles y se iluminaba con los versos de Borges. El cielo diáfano, los pies de las niñas que jugaban en las veredas del barrio, las noches desbordantes de milongas y estrellas, el colegio de monjas y el baile, la ley y el amor, todo estaba junto y enredado. Amalia vivía en ese Buenos Aires de las madreselvas y el tango, soñando su amor esperanzado de novela: uniforme, visita semanal y violetas en la mano. Por las tardes, al llegar de la escuela, escribía:

  El amor es el velo, / la rosa de los vientos que gira / y se pierde en otros horizontes / infinitos, divinos. / A veces no, / es el borde, la orilla, la forma en que el agua te salpica, / lo infranqueable o lo permeable, / lo maldito, lo ínfimo, lo íntimo, / lo que escucho y lo que callo. / Es el sendero final hacia el Parnaso. / ¿O la avenida hacia todos los infiernos? / Es la campanada de las ocho y son las siete.

  Amalia era joven y estaba lejos de su casa y el honor familiar, en medio del mundo real pero soñando con el fragor de los caballos, las cañitas enhiestas y la guitarra de alguna pulpería, esa época de unitarios y federales, miriñaque y peinetón que contaban los libros de historia. Todo se mezclaba en su presente y entre esas dos ciudades ella construyó su historia de amor con el delicado sabor de la lavanda inocente.
  Cuando la mentira llegó oliendo a claveles y coraje, no pudo eludir la pasión que la consumía y abrió sus brazos encerrándola y encerrándose en ese laberinto de uniforme y pecado, brillante y letal como el puñal que aparece en la noche. La vergüenza miraba de soslayo la escena, entre las caricias de las farolas, las promesas y juramentos al aire; y entre el perfume de las flores y la brisa, el trueno que se anunciaba. Amalia creyó las súplicas y las lágrimas, erigió su mundo empapelado de sueños entre las cuatro paredes y el balcón iluminado por sus ojos claros y el farol.
 Muy pronto quedó el balcón en ruinas, trepado por madreselvas abandonadas y erosionado por la realidad, y los ojos borrosos vieron escapar al asesino de sus fantasías. Seducida como en un folletín, quedó comprometida en una historia inútil, sin futuro, porque el futuro se presentó de golpe anunciando el final. La entrega se convirtió en caída y la mirada se opacó en la noche última con las farolas.
 Después, lentamente, la devoción terrena y carnal fue transformándose en un amor místico, casi sobrenatural. Amalia entregó su cuerpo y alma a nuevos brazos en una consagración redentora. Y entonces comprendió cuál era su misión, podría cambiar su historia y la de miles de niñas melancólicas que cantaban la misma canción desde la vereda de sus casas.


PATRICIA CARRANZA

plcarranza@hotmail.com


LABIOS LIBRES

Al cabo de las tierras y los días
de horarios y partidas y llegadas
y aeropuertos comidos por la niebla
enfermo de países y kilómetros
y rápidos hoteles compartidos
Luego de esperas
prisas
y rostros y paisajes diferentes
y seres encandilados por el olvido
o abiertamente besados por la vida
Después de aquella amada
y esa otra apenas entrevista
mujeres cogidas por mi soledad
y ahogadas por las bellas catástrofes
Luego de la violencia y el deseo
de comenzarlo todo nuevamente
y los errores
y los malentendidos cotidianos
y los hábitos torrenciales del trópico
y noches acariciadas por el alcohol
y tabaco fumado con tanta incertidumbre
Al cabo de un nombre que no me atrevo a decir
y de alguien que yo llamaba Irene
de cierta voz
cierta manera de clavar los ojos
al cabo de mi fe en el entendimiento de los hombres
y en el corazón de ciudades y pueblos
que nunca sabrán de mí
Luego de tanta tentativa de huirme o enfrentarme
y comprender que estoy solo
pero no estoy solo
al cabo de amores corroídos
y límites violados
y de la certidumbre de que toda vida
no es más que los escombros
de otra que debió haber sido
Al cabo del hachazo irreparable del tiempo
sólo puedo blandir estas palabras
esta obstinación de años y distancias
que se llama poesía


MARIO TREJO, argentino (1926-2012)


LLUVIA

Arrabal en la lluvia del ocaso
mientras voy amurado por el viento,
fayo de suerte, gil de aburrimiento,
con mi sino de bronca y escolaso.
Entre charcas azules, a mi paso,
gorrionean los pibes del convento,
y en el puñal de la garúa siento
la tenaz mishiadura del fracaso.
Por un hilo de sol amarillento
cae a la zanja una flor de raso.
El saucedal destila desaliento.
Arrabal en la lluvia del ocaso
mientras voy sin amigos y sin vento
con dos guitas de amor y un solo faso.

ORLANDO MARIO PUNZI, argentino (1914-2015)


La Jungla de Wilfredo Lam (cubano, 1902-1982)

Sugerencia: La canción de la tierra, de Gustav Mahler.