Caballito criollo
De chica viví en
Tandil. Era la época en que la ciudad era pequeña y todo quedaba relativamente
cerca. En mi caso, tenía la escuela a cuatro cuadras de mi casa y, salvo los
días de lluvia o de mucho frío en que mi padre no podía acercarme hasta ella en
camioneta, me tomaba el colectivo “colorado”. Los demás días, iba caminando.
Entonces, sí o sí, tenía que pasar por la esquina de 4 de abril y Montevideo
donde un italiano de ojos azules y bigotes rojizos había instalado su
talabartería. Talabartería: qué nombre extraño para un rubro tan bien conocido
por los que entonces vivíamos más o menos conectados con las tareas
agrícolas o ganaderas.
Cualquiera que pasara
por delante de ese local, no podía evitar la evocación del campo: había olor a cuero
crudo, convertido en rebenques, en cinchas, en monturas, en vainas de facones y
quién sabe en cuántas cosas más que mi mente infantil no alcanzaba a registrar.
Así pues, los años del
primario transitaron día a día por delante de ese caserón de ladrillos vistos,
de puertas altas y alargadas, cuyas habitaciones principales se habían
convertido en salón de exposición y ventas. Aún recuerdo cómo cedía su piso de
tablas de madera a la presión de la más leve pisada. Y el temor que tenía yo
porque se hundiera y me hiciera aparecer en el sótano que seguramente
serviría de depósito. Aunque en realidad, no había entrado a ese local
más de una decena de veces.
¿Qué tendría que hacer
allí una niña, metida entre paisanos emponchados y botas embarradas?
Pero no era necesario
adentrarse demasiado en el local para ver al hermoso caballo embalsamado que,
elegante y bien plantado sobre sus cuatro patas, me tenía fascinada. Con unos
ojos de vidrio y una expresión que lo hacía suponer vivo, día y noche, velaba
el animal la entrada al recinto…
Yo pasaba y lo miraba
y lo saludaba en voz baja diciéndole “hola Amigo”.
Un día en que se
acercaba una fecha patria, en la escuela nos dieron un poema para aprender de
memoria: se llamaba “Caballito criollo” de Belisario Roldán.
“Caballito criollo del
galope corto / del aliento largo y del instinto fiel…”
Al tratar de memorizar
cada verso, se me presentaba mi Amigo y yo vibraba de emoción imaginándolo el
protagonista del poema .Era la etapa en que a los niños se les despierta
el amor a la Patria y a sus Símbolos…
“Caballito criollo que
fue como un asta / para la bandera que anduvo sobre él…”
Ah!, mi Amigo asumía
ahora su epopeya ilustrándome esos versos que yo no alcanzaba a comprender del
todo…
“Caballito criollo que
de puro heroico / se alejó una tarde de bajo su ombú
y en alas de
extraños afanes de gloria / se trepó a los Andes y se fue al Perú…”
Quiso
el destino que la maestra me eligiera para que recitara el poema en esa fiesta
patria. Lo había memorizado muy bien, esforzándome por acompañar con los
ademanes el sentido de los versos. La noche anterior al festejo, me acosté
temblando de emoción. Repasé mentalmente las estrofas hasta que me fue
venciendo el sueño…
Las
puertas de la talabartería estaban abiertas de par en par. Cuando pasé por el
lugar, mi Amigo asomó su cabeza y luego todo el cuerpo. Con un relincho, me
invitó a subir. Para hacérmela más fácil, se fue acercando al banco de piedra
que había a un costado de la entrada. Así pude treparme a su lomo. Montada en
pelo y tomada de sus crines, atravesamos las calles de la ciudad. Cruzamos las
vías del tren. Más allá, empezaban a ralear las viviendas. Los caminos de
tierra marcaban el rumbo a la aventura….”Y en alas de extraños afanes de gloria…”
Anduvimos entre
pastizales que volvían invisible lo desparejo del terreno. Finalmente, se nos
interpuso un arroyo. No era demasiado ancho. Incité a mi Amigo a cruzarlo pero
falló y cayó doblando sus patas delanteras. Fui despedida. Me despertó mi propio
grito. Era ya la mañana. Me vestí rápido y sin querer tomar el desayuno, partí
rumbo a la escuela. Lloviznaba. Justo venía el colectivo. Me apuré a detenerlo
cruzando en diagonal a la talabartería.
Mi recitado fue un
fracaso. Shockeada tal vez por el mal sueño, no pude avanzar más allá de la
primera estrofa. Todos me aplaudieron igual.
El camino de regreso a
casa fue angustiante. No podía asumir ese fracaso.
Al llegar a la esquina
de 4 de abril y Montevideo, noté que algo raro había sucedido dentro de la
talabartería. Me acerqué a la entrada del local y, de un vistazo, noté que no
estaba allí mi Amigo.
El italiano de ojos
azules y bigotes rojizos me dijo sin lograr salirse de su asombro:- “ Cuando
vine a abrir esta mañana, me encontré con que el caballo tenía las patas
delanteras quebradas…No sé qué ha pasado. Y tuve que retirarlo porque era
imposible volver a ponerlo de pie…-“
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