lunes, 26 de marzo de 2012

Antonio Tabucchi


“... Me parece que está usted cansado, observó mi Invitado, ¿no quiere acompañarme un rato? Efectivamente, me hace falta tomar un poco el aire, confirmé, hoy ha sido un día largo, interminable. Llamé a la Mariazinha y le pedí la cuenta. Déjeme pagar a mí, dijo mi invitado. Ni pensarlo, protesté, la idea del restaurante ha sido mía y, además, me he pasado el día entero economizando a causa de esta cena, no insista, hágame el favor. La Mariazinha apagó la vela de la mesa y nos acompañó hasta la salida. Hasta la vista, caballeros, dijo, gracias y buenas noches. Good-bye, sir, le respondió mi Invitado.

Atravesamos la calle y pasamos por delante de la estación marítima. Yo voy hasta el final del muelle, dijo mi Invitado, ¿quiere usted acompañarme? Claro, le dije, voy con usted. Al lado de las puertas de la estación había un mendigo, un viejecillo con un acordeón en bandolera. Cuando nos vio, extendió la mano y recitó una letanía incomprensible. Una limosna, por el amor de Dios, murmuró al final. Mi Invitado se detuvo y se metió una mano en el bolsillo, cogió la cartera y sacó un billete antiguo. No tengo más dinero que el de mi época, dijo con aspecto afligido, tal vez pueda usted ayudarme. Busqué en mis bolsillos y saqué un billete de cien escudos. Es lo último que tengo, dije, me he quedado sin blanca, pero es un billete bonito, ¿no cree? Contempló el billete y sonrió. Con el billete en la mano se dirigió al Tocador de Acordeón y le preguntó: ¿Sabe usted tocar canciones antiguas? Me sé Lisboa Antiga, dijo el Tocador de Acordeón con mirada codiciosa, me sé casi todos los fados. Más antiguas aún, dijo mi Invitado, de los años treinta, tendría que recordarlas, el señor ya no es tan jovencito. Puede que las conozca, respondió el Tocador de Acordeón, si el señor me dice lo que le gustaría oír... Por ejemplo Sâo tâo lindos os teus olhos, dijo mi Invitado. Claro que me la sé, dijo el Tocador de Acordeón radiante, la conozco perfectamente. Mi Invitado le dio los cien escudos y dijo: Entonces véngase detrás de nosotros, a unos metros de distancia, y tóquela pero bajito, que tenemos que conversar. Adoptó un aire confidencial y me dijo al oído: Una vez bailé esta melodía con mi enamorada, pero nadie lo sabe. ¿Sabía usted bailar?, exclamé, nunca me lo hubiera imaginado. Era un bailarín excepcional, dijo, había aprendido por mi cuenta con un librito que se llamaba El bailarín moderno, siempre me gustaron los libritos como ése, que enseñaban a hacer cosas, me entrenaba por la noche, cuando volvía de la oficina, bailaba solo y escribía poemas y cartas a mi enamorada. La amaba usted mucho, observé. Era el tren de cuerda de mi corazón, respondió él. Se detuvo y me obligó a parar a mí también. También se detuvo el Tocador de Acordeón, pero siguió tocando. Mire la luna, dijo mi Invitado, es la misma que yo observaba con mi enamorada cuando íbamos a pasear por el Poço do Bispo, ¿no es extraño?

Habíamos llegado al final del muelle. Bueno, me dijo, en este banco nos hemos encontrado y en este banco nos vamos a despedir, debe de estar usted cansado, puede decirle al hombrecillo que se vaya. Se sentó y yo fui a decirle al Tocador de Acordeón que ya no nos hacía falta su música. El viejecillo me dio las buenas noches, yo me di la vuelta y sólo entonces me di cuenta de que mi Invitado había desaparecido.

La finca estaba inmersa en el silencio, se había levantado una fresca brisa que acariciaba las hojas de la morera. Buenas noches, dije, o mejor dicho: adiós. ¿A quién o a qué estaba diciéndole adiós? No lo sabía bien, pero era lo que me apetecía decir en voz alta. Adiós y buenas noches a todos, repetí. Recliné la cabeza hacia atrás y me puse a contemplar la luna.

(Fragmento de “Réquiem. Una alucinación” de Antonio Tabucchi, Barcelona, Anagrama,1996)

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