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El hombre de bolso al hombro que va
en el estribo,
agarrado como puede, y ve pasar las
vías
velozmente, con sólo abrir su mano
llegaría
no a la próxima estación sino al otro
mundo,
el mundo ciego que lo mira, en la
mañana
temprano, casi noche, y en la tarde.
Pero
él sigue, y el país sigue, en el férreo
estribo
de estos años, entre señales y señales,
soberbias
y soberbias, canciones y canciones,
esperando
que no llueva ni truene, y en llegar a
la estación,
aunque con una tristeza que, a fuerza
de sola costumbre,
ya es casi una alegría que merece un
festejo.
Eduardo Dalter
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